martes, 22 de mayo de 2012

Perra

Hoy les voy a contar una historia de verdad. No les prometo que después de leerla van a ser mejores personas, no voy a intentar cambiar sus mundos, ni sus vidas. Esto es, ni más ni menos, una historia.

Esta historia comienza con una hermosa joven de ojos verdes y sonrisa encantadora llamada Victoria. Seguramente, la conocen, me casé con ella hace unos años. Es increíble, pero todavía recuerdo nuestra primera cita como si fuera hoy: un café en Belgrano, muchas risas, muchos abrazos, besos hermosos y una sandalia menos.

- ¡Mi sandalia!- gritó Victoria en la puerta de su casa
- ¿Eh?- la miré desconcertado-
- Me quite la sandalia y la apoyé en el umbral... y...- Victoria buscaba su sandalia en la vereda, su vista se detuvo en la esquina.
- Uy... no- y ahí estaba. Bajo la luz de la calle, cuatro patas de impunidad, una cola movediza, y en su boca, la sandalia de Victoria.

Dicen que las verdaderas historias, las que merecen la pena ser contadas, deben comenzar con el choque de dos universos. No importa cuales, no importa cómo, sólo importa que del terremoto surja la posibilidad de otro pequeño mundo. Un mundo que merezca la pena existir, ser salvado.

- Vení acá- chasqueé los dedos y avance un paso, ella retrocedió dos.
- Pablo, vení, ya fue- a mi espalda, Victoria me llamaba.
- Vení, perrita… vení- avance dos pasos, la perra empezó a correr- ¡La puta madre!

Aquella noche, hubo varios accidentes. Si, un par de mundos chocaron, el de Victoria y el mío. Y también, otro más. No sé cómo sucedió, pero ahí estábamos los dos: corriendo a una perra callejera para rescatar una sandalia. ¡Una sandalia! Si, ahí estábamos los tres.

- ¡Pablo!- gritaba Victoria.- ¡Pablo! ¡Date vuelta!
- No, pero la perra… la sandalia…
- ¡Date vuelta!
- ¿Qué?- Victoria tenía la sandalia en una mano y un paquete de galletitas surtidas en la otra.
- La sandalia la soltó hace una cuadra. Es lo que intentaba decirte…- suspiró.- Dos horas persiguiendo un perro. ¡Sos un cabeza dura!
- ¿No lo ves como un acto de caballerosidad increíble? ¿No te hace caer rendida de amor a mis pies?- pregunté irónicamente.
- Puede ser...- dijo Victoria sonriendo.
- No doy más... como me hizo correr esta hija de puta- señale a la perra que, para variar… siempre me llevaba media cuadra de ventaja, midiéndome. Victoria me ofreció una galletita, yo agarré el paquete.
Genial- miré a la perra y le ofrecí una.- Vení, hija de puta.

La perra vino.

Fue amor a primera vista. Creo que la mirada de Dalia nos atravesó. Si, obvio que se iba a llamar “Dalia”. La rescatamos de la noche y de la calle. Aunque a veces, no puedo definir quién rescató a quién. Luego de una fatal persecución por Belgrano R, terminamos en la plaza de la estación, con Dalia dormida sobre mi pierna.

Dalia es un ser un ser cariñoso, simpático y noble. Es, sobre todas las cosas, una buena perra de compañía y el monumento a la no-inteligencia canina. Lograr que aprenda escasos trucos que otros perros saben por reflejo es una tarea imposible. Dalia no da la patita, no se sienta cuando uno quiere que se siente, no camina al lado de sus dueños cuando sale a pasear. Nada.

Sin embargo, conocer a Dalia es irse con sus dos patitas marcadas en la panza; ella no puede evitar querer llegar a tu mejilla para saludarte. Es mediana pero tiene la fuerza de un toro. En espacios abiertos es el único lugar donde es posible soltarla. Dalia corre como el diablo en círculos alrededor de su dueño, en círculos cada vez más grandes y cuando se aleja demasiado, comienza a hacer círculos cada vez más pequeños... y luego vuelve a empezar. Los abrazos de Dalia generalmente terminan con su cabeza apoyada en tu hombro, con las orejas totalmente hacia atrás, disfrutando del calor de los brazos que la sostienen.

Hace un tiempo, Dalia dejó de dormir a un costado de nuestra cama. No lo hace más, y me resulta extraño. Después de tantos años, ya no tengo que esquivarla si me despierto a la noche.

Ahora, Dalia duerme junto a la pequeña cuna-cama de Constanza.

Esta historia termina acá. Les dije que no era más que una historia, ni más ni menos.

jueves, 17 de mayo de 2012

El final es en donde partí

Acá estamos, en otro viaje.

Abrir el corazón a alguien "desconocido" es un desafío que no todos están dispuestos a vivir. Hay cierta magia en ese intento. Ese desafío que atrapa, que está lleno de incertidumbre. Esa incertidumbre que va de la mano del miedo.

Cuando me decidí a escribir esta historia supuse que no podía ser más feliz, que más felicidad me iba a matar. Les juro que tuve miedo. Me equivoqué. Siempre se puede ser más feliz. Animarnos a lo desconocido, es también animarnos a vivir.

Jugué con el tiempo, con los recuerdos y con las miles de historias que acompañaron mi existencia. Las conecté, recorrí hacia atrás los caminos de mi vida y congelé los recuerdos. Me di cuenta de algo muy interesante: logré convertir el pasado en un presente permanente. Me reí en la cara del paso del tiempo, rescaté recuerdos increíbles. Pero sobre todo, descubrí la importancia de situaciones y personas que durante mucho tiempo estuvieron escondidas, personas hermosas y no tanto.

Este es otro viaje, es el momento de congelar más recuerdos para seguir dándole forma a mi vida. Faltan historias, claro que sí. A veces pienso que estoy armando un rompecabezas, falta tan poco para terminar, pero no. Las piezas se multiplican. Es una ruta que se atomiza en miles de caminos, en miles de páginas, siempre son páginas. Hojas que pelean contra el tiempo, hojas en contra que luchan a muerte con unos pocos minutos solamente para ganar dos o tres líneas más.

También es el momento de confesar que como padre soy un fracaso, que no es divertido; pero que es tan maravilloso que hay material para otro blog, otra historia, otra vida. No se preocupen, eso no va a ocurrir. Por ahora.

Mientras me convertía en padre y maduraba un montón de aspectos de mi vida que pensaba ocultos, surgieron dos propuestas para convertir este blog en libro. Me lo planteé, lo consulté con mis seres queridos, tarde mucho en decidir y nunca estuve del todo seguro. Fue un gran “no”, ellos se cansaron de esperar y yo no podía tomar una decisión que me implique dedicarme de lleno al proyecto. La publicación y todo ese proceso implicaban un montón de factores a los que no podía dedicarle tiempo. No me cuestiono esa decisión, a este lugar le falta mucho todavía.

Este año las reglas las intento decidir yo, seré dueño y señor de mi tiempo para darle forma a ese libro que algunos quieren y yo todavía no terminé de organizar.

Nos vamos a divertir, les juro.

lunes, 16 de abril de 2012

No se puede vivir del amor

- Diego... ¿Cómo estas... hijo de puta?- sonreí.

Diego abrió la boca y se congeló al instante. Nunca conocí a un tipo que tuviera más huevos que Diego. Todavía me acuerdo cuando rescató a Lucinde en Retiro, fue increíble como se trompeó con el secuestrador. Fue impresionante. O cuando -literalmente- corrió un auto pensando que era el suyo, aquella noche de los brownies con marimba. ¡Corriendo detrás de un auto, entienden! Siempre fue un tipo que era mas de hacer que de decir, de no pensar en las consecuencias. Por eso, en cierta forma, toda la situación que –en primera instancia- parecía robada de la peor novela de las tres de la tarde, no me parecía nada rara. Viniendo de Diego, claro.

- Diego... ¿Cómo estás... hijo de puta?- nos miramos, no dijo nada. Lo abrace, me sentí un pelotudo. - ¡Tanto tiempo, boludo!

Otro recuerdo, la mamá de Diego y sus historias. Esas historias aterradoras que siempre se guardaba para la noche previa a nuestro campamento en Areco. Las historias del geriátrico donde laburaba en aquel entonces. Todas las risas y los miedos, todo junto.

- Pablo…- dijo Diego, tenía la espalda transpirada como una siesta misionera.- ¿Cómo estas?
- Bien… Rebien…- mire a Jorgelina, le di un beso. Ella seguía usando el mismo perfume: Fiore de Carolina Herrera.- Pecas… ¿Cómo estás? ¿Cómo están, chicos?
- Hola, Pablo... Que... lindo... verte.

Y el silencio. Fue todo tan rápido que ahí estábamos, a un paso del abismo, tragando palabras que formaban el silencio más incomodo del mundo. Les juro. Alguien tenía que decir algo. Ya habíamos robado todas las frases del Manual de Encuentros Fortuitos. La realidad es que ellos estaban esperando “algo”, me conocían demasiado bien los dos. Algún comentario chistoso, irónico. Ellos, en cierta forma, me estaban regalando “ese” momento. Sin embargo, lo deje pasar, lo perdí. No jodamos, era uno de mis mejores amigos con una de las mujeres más importantes de mi vida. ¿Por qué mierda tenía que ser yo el que diga algo?

- Pecas y yo estamos saliendo, Pablo- dijo Diego, sin anestesia. No me pudo sostener la mirada, genial.
- Es un larga historia- ella, por el contrario, me perforó con sus ojos claros. Atrevida.
- Estoy a las corridas ahora- era cierto. Les juro que era cierto.
- Me imagino- dijo Diego.- ¿Cómo está Victoria? ¿Cómo va todo?
- En una semana, ya tenemos fecha. Es probable que sea por cesárea- sonreí.- Constanza se llama.
- Me alegro mucho, Pablo. Que genial que todo siga bien con eso- Diego me regaló una sonrisa super sincera. Así era él, nunca pudo ocultarle sus sentimientos a su cara. Era lo genial de Diego, mitad simio, mitad cordero, mitad león.
- Constanza es un lindo nombre- murmuró Pecas, con un rostro indescifrable. Aunque conociéndo su historial de revelaciones en los momentos menos oportunos bien podría haberle parecido un nombre de mierda.

Nos despedimos en ese mismo instante prometiéndonos un café, una salida, una visita. Por largos meses, ninguna de las tres cosas se cumplió. No volví a ver a Diego por mucho tiempo, ni siquiera vino al hospital cuando nació Constanza.

Nuestro grupo de amigos sufrió una pequeña división: los “extremistas” del amor no iban a aceptar jamás que Diego salga con Pecas y los “amistosos de siempre”, los chusmas, los obsecuentes del amor, probablemente aceptarán eso y alguien programará un par de salidas junto a la feliz pareja. Prefiero evitar mencionar que amigo estaba en cada grupo.

No me da vergüenza admitir que Pecas fue una de las personas más importantes de mi vida. Fue, es, lo que sea. La veo y quedó hipnotizado por los recuerdos, buenos y malos. Malos y malos. Alegrías y tristezas, y más tristezas. Pero también amor, un amor raro, extraño, entrañable. Inolvidable, como una grieta en un ropero viejo.

Si quieren saber más, Pecas le rompió el corazón a Diego. Pero esa ya no es mi historia, no me corresponde. Me enteré una noche de primavera, el año pasado, mientras Constanza dormía sobre mi pecho.

martes, 11 de octubre de 2011

Casablanca (o Todos pensamos que sos... un hijo de puta)

Terminamos en Casablanca, la confitería rosquera de Riobamba y Avenida Rivadavia frente al Congreso, un lugar frecuentado por legisladores, asesores, rosqueros de la política y periodistas que buscan alguna notita, alguna declaración. El peor lugar para contar una historia de amor. ¿De amor? No, de amor no... de desamor, de la nada misma. Entonces, viendo las cosas de esa manera, la elección del lugar era adecuada.

En Casablanca; perdón, Casablanca, la película, cuando el Mayor Strasser le pregunta a Rick cuál es su nacionalidad, Borgat responde “soy borracho”. En Casablanca, la confitería, si a uno le preguntan cuál es su nacionalidad debería responder “lobbysta”. Esa es la idea del bar. Un lugar lleno de decepciones, traiciones y abortos políticos.

- Che, ¿como mierda va explotar la térmica en tu laburo? ¿Todos los días son así?- preguntó Pato.
- No, todavía no te conté la vez que se puso en pedo el ordenanza mientras estábamos en la presentación de un libro.
- No te puedo creer.
- Posta.
- ¿Con?
- Nieto Senetiner...- mire al mozo.- Un cortado...
- Y el Senetiner pega- suspiro Patricio.- Me acuerdo en Pinamar... ¿Se acuerdan cuando...
- ¡No, para Patricio, para! ¡Basta!- grito Gabriel, mientars buscaba la hora en su celular.- Tengo que volver a la editorial en 15 minutos... Pablo, conta de una vez...
- Bueno... Abrí la puerta del palier y los salude. Y Diego, también...
- ¿Y qué le dijiste?
- Si... le dije “Diego... ¿Cómo estas... hijo de puta?” y sonreí.
- Momento... ¿Le sonreíste o te le reíste en la cara?- Patricio revolvía su café impaciente.
- No me acuerdo. Me sonreí, que se yo. ¿Qué tiene que ver?
- Son dos connotaciones diferentes...- Gabriel tomó su cortado en un trago.
- ¡No te puedo creer! ¿Le dijiste “hijo de puta”? No es lo mismo un “hijo de puta” que se sonríe que un “hijo de puta” que se caga de risa- Pato miro a Gabriel, que asintió como si estuvieran en un Congreso de Semiología.
- No, en serio. En serio, boludo. ¿Me tengo que acordar? ¡No me acuerdo! Me están jodiendo...
- Seguí...- dijo Pato pensantivo.- Abriste la puerta del palier...
- Le dijiste “hijo de puta”- completó Gabriel.
- ¡No, pelotudo! Le dije... “Diego... ¿Cómo estas... hijo de puta?”- y a partir de ahí seguí el relato sin interrupciones.

viernes, 7 de octubre de 2011

Light my fire

- ¿Y que dijo? ¡Que dijo, por Dios!- Gabriel gritaba como un loco.
- No grites que me van a matar- compartimos un almuerzo a las corridas en mi laburo.

La oficina no era el mejor lugar, pero no me quedaba otra. Además, tenía ganas de hacer un poco de catarsis. Los afortunados fueron Gabriel (que trabajaba en una editorial a dos cuadras de mi laburo) y Patricio (con quien me separaban dos estaciones de subte).

- Quiero saber todo ya- dijo Patricio en voz baja.
- Yo tampoco pregunte mucho. Creo que los tres shockeamos un poco.
- ¿Y Diego no dijo nada? Es un boludo, no puede estar saliendo con Pecas. No da- Gabriel apoyó su almuerzo sobre uno de los escritorios, enseguida el olor inundo todo.
- ¿Qué mierda te trajiste para comer? Esta quemado eso... tiene olor- Patro, fiel a su estilo, se había traído un paquetito de sanguches de miga (de salvado) y una Coca Light.
- Abrieron un bolichito vegetariano sobre Callao. Te cobran por kilo. Esto me costó 10 pesos- Gabriel empezó a comer.- Guiso de lentejas.
- ¡Me muero! Me vas a contaminar toda la oficina- le dije.
- ¡No da que Diego salga con Pecas!- grito Patricio.- Gabi, eso esta quemado, son lentejas quemadas. ¿Oles?
- Tiene razón, Pato. No da que Diego y Pecas... ¡Diego y Pecas, Pablo!- Gabriel hundió su nariz en la bandeja de plástico, miro a Martín.- ¡No, no esta quemado!
- Paren de hacerme la cabeza. Es Diego, nos conocemos desde primer grado- abrí la ventana.- No se aguanta el olor, boludo. Son lentejas quemadas. Te quemaron el guiso.
- Si, es verdad, nos conocemos desde 1er grado, Pablo... ¿Pero hace cuánto que no nos vemos todos?- como siempre, Patricio daba en el clavo.

Silencio. Fue un segundo, pero muy revelador. En los últimos dos años, muchas cosas fueron cambiando. Casamientos, nacimientos, mi casamiento, Victoria embarazada, todo. El tiempo que gane con victoria, entre aciertos y errores, fue tiempo que poco a poco fui robándole a mi grupo de amigos. Esa era la única realidad.

- Si nos vemos una vez por mes es mucho- especuló Patricio.
- Eso no tiene nada que ver- Gabriel seguía comiendo su guiso.
- Tiene razón, Pato, si no nos vemos... ¿cómo podemos pretender saber que nos esta pasando? ¿Cómo van nuestras vidas?
- Estas buscando una excusa- dijo Gabriel.
- Estoy casado, Gabriel, Victoria esta embarazada. ¿Qué esperas que haga? ¿Qué me pelee con Diego? ¿Qué corra con Pecas? ¿Qué deje a Victoria?
- Bueno, ¿pero qué paso?- preguntó intrigado Pato, y rápidamente miro a Gabriel y le saco la bandeja de lentejas.- Dame esto... a ver...
- ¡Sos un asco, boludo!- dijo Gabriel, mientras Pato olía su comida como un perro.
- No... creí que las habían quemado, pero están bien. ¿Qué mierda es ese olor a quemado?
- ¡Los llamo para que me escuchen y se la pasan pelotudeando con la comida y...!- un grito detuvo nuestra conversación. Cruzamos miradas sorprendidos mientras Patricio abría la puerta de mi oficina.

- ¡Boludo!- humo, el ruido de una explosión que venía del pasillo y la cara de sorpresa de Pato.- ¡Se te esta prendiendo fuego el rancho!

Felicia Oficina corría por un pasillo paralelo a los gritos. Nuestro pasillo, por otra parte, estaba perdiendo por goleada contra el humo.

- ¡Pablo!- la voz de Federico Robot, desde otro pasillo.- Explotó la centralita eléctrica. ¡Yo avise que no enciendan los caloventores en todas las oficinas a la vez! ¡No encuentro mi Blackberry! ¿Esta en tu oficina?
- Ah, este pibe es un boludo- dijo Gabriel en voz baja.

Con la segunda explosión, empezamos a correr.

lunes, 1 de agosto de 2011

Where is the love?

Una de las mejores decisiones fue alquilar mi departamento de Mariano Acha a un par de estudiantes de CBC que cursaban en Drago. Dos simpáticas jóvenes de Junín, super puntuales a la hora de pagar. Lo que ayudó bastante a tomar la decisión de entregarles la llave fue que estudiaban Comunicación Social. No me pude resistir. El protocolo de cobranza comprendía una llamada cerca del 10 de cada mes, y unos mates en mi irreconocible ex comedor lleno -ahora- de adornos y mantelería rosa, violeta y celeste.

Después del segundo termino y de discutir por quinta si el TEA es mejor que la UBA y viceversa, decidí partir. Entre al ascensor, y entonces lo supe: Pecas había regresado al barrio. Estático, dejando que la inercia me lleve hacia abajo, tuve una visión del día que nos conocimos. Un rápida visión que terminó con una botella de Mónica di Sardegna estrellada en el piso del ascensor, impregnando el lugar con un olor alcohol que asesinaba elefantes. Pero en ese mismo instante, entre pasado y más pasado, y más pasado aún, otro aroma se presentaba con mas fuerza.

Fiore de Carolina Herrera. Años más tarde, el aroma que llenaba el pequeño ascensor era otro. Cerré los ojos un segundo.

Sobre el poder de los sentidos se han dicho muchas cosas. Freud, por ejemplo, escribió algunas anécdotas bastante contundentes. Hablando de aromas, el psicólogo cuenta que un paciente condicionaba sus sueños colocándose debajo de la nariz distintas fragancias. Un día estuvo 10 minutos oliendo una fragancia egipcia, y al otro día soñó que visitaba una perfumería de El Cairo. En realidad, la anécdota es mucho más interesante de lo que cuenta mi relato, pero ilustra el caso y eso es más que suficiente. Al parecer, los olores evocan ciertos lugares y personas asociados a ellos, son estímulos directos que provocan una reacción determinada. En mi caso, sentir la presencia de Jorgelina Pecas acechando.

Salí del ascensor con la sensatez justa como para pensar que todo fue producto de mi imaginación, que nadie usa el mismo perfume durante tanta tiempo, que es imposible que... que Freud se equivocaba seguramente en...

Pero ahí estaba ella. Del otro lado de la puerta de calle, Jorgelina Pecas abrazaba y besaba una figura masculina que solo pude distinguir cuando salí de “Acha”. El ruido del brazo mecánico sobresalto a la pareja de enamorados, Pecas miro hacia el sonido, dejando libre el rostro de su acompañante justo frente a mi. En ese preciso instante, cuando triangulamos miradas y nuestros ojos se abrieron como platos. Sorpresa...

- ¡Pablo!- dijo Pecas, con una sonrisa que no era sonrisa, que lo era y que volvía a no serlo.
- Pecas...- la salude con una sonrisa que no era sonrisa, que lo era y que volvía a no serlo. Un segundo que duró una eternidad, le ganó a la incomodidad del encuentro, no me quedo más remedio que saludar al novio de Pecas.- Diego... ¿Cómo estas... hijo de puta?- sonreí.

Tendrían que haber visto sus caras... O mejor dicho, la mía.

domingo, 1 de mayo de 2011

Aún estás en mis sueños

Siempre supe que “mi vida” junto a Jorgelina Pecas había sido una seguidilla de momentos robados. Si bien hubo espacios para sentirse bien y disfrutar de su compañía; muy pocas veces uno podía dormir tranquilo. Con el “huracán” Pecas, como le decían mis amigos, nadie aseguraba nada. Nuestros “momentos” podían tener la duración de un verano, un solsticio o un lustro de meses. Momentos hermosos e intensos, tan intensos como la sacudida de todo mi mundo alguna mañana. Durante nuestro tercer round la adrenalina era hermosa, vivir cada día como si fuera el último era genial. Pero claro, sólo hasta que llegaba ese último día y el piso se sacudía.

La tierra temblaba, ella desaparecía. Pecas regresó de Nueva York hace algunos años; mas precisamente durante el cuarto año de mi noviazgo con Victoria. Había viajado a La Gran Manzana para hacerse cargo de un restaurante latino; volvió con el dinero de su venta bajo el brazo, feliz, radiante, magnífica. Como en aquel entonces, yo todavía vivía solo, el encuentro en el hall del edificio con Victoria fue inminente. Por suerte, Victoria no le dio demasiada importancia.

Los años pasaron y mis encuentros con Pecas en el edificio eran cada vez más esporádicos, hasta desvanecerse por completo. Un mes antes de casarme la encontré en el ascensor, caminamos por Acha hasta Monroe, y en la puerta de Palmi le anuncie mi casamiento. Ella se sorprendió, supongo que gratamente. No sé por qué, yo sentí que me quitaba un gran peso encima. Luego de aquel encuentro, Pecas desapareció complemente.

Recuerdo que aquel día, mientras nos despedíamos tuve un sentimiento que resumía todos mis momentos con ella y con Victoria, la comparación inevitable. Cuando estábamos juntos con Pecas siempre tenía la extraña sensación de estar peleando por tener un espacio en su vida. En cambio, con Victoria era distinto, ella me hizo un lugar, me regaló su vida, esa fue la gran virtud. El mérito de Pecas era otro, sin duda: ella podía entrar y salir de mi vida en un parpadeo. Así fue siempre, y lo hacía con la impunidad que le daba el destino.

Jorgelina Pecas regresó a mi vida hace un mes; precisamente, una semana antes del nacimiento de Constanza.

sábado, 9 de abril de 2011

En el camino

La semana pasada acompañe a Victoria a una de esas visitas relámpago al ginecólogo. “Acompañar” es algo relativo, lo admito. Repentinamente, el subte entre Callao y Juramento a las seis de la tarde realizó una travesía eterna. Victoria decidió -vía mensaje de texto- que no era importante mi presencia en la consulta, pero que si “sería encantador” que fuera a buscarla a la salida. Eso hice.

Decidí que el mejor lugar para esperar a Victoria era el kiosko de diarios y revistas en Cabildo y Juramento. Entonces la vi, ahí estaba: una de estas revistas progres de embarazadas modernas. “La vida sexual durante el embarazo (Lejos de la monotonía sexual, nuevas posiciones sexuales para todos los gustos y placeres)”, el título con bajada de dos líneas, interlineado de 0,5, prometía.

La nota comenzaba -si, la compré- con la gran verdad que aqueja al casado (embarazado): “algunos hombres tienen miedo de tener relaciones sexuales durante el embarazado”. Por suerte, la revista se comprometía a llenar ese lugar (metafóricamente hablando) que durante nueve meses no hacía otra cosa que cargar con mitos y prejuicios. Bien, luego de una introducción cargada de cosmopolitanismos, venía lo bueno… las posiciones innovadoras.

“Debes recostarte sobre un lado, mientras tu novio hace lo mismo detrás de ti; los dos deben estar en la misma dirección. Envuelve tus piernas alrededor de su pierna de arriba y, empuja tu cola hacia él mientras te penetra. Una vez dentro, estira las piernas sobre las de él, deber mantenerte conectada y al mismo tiempo doblar tu cintura, formando con tus piernas un ángulo de 45 grados, y…”

Bueno, yo no soy un experto en estos temas, pero creo que lo que estaba leyendo es lo que en Villa Urquiza llamamos “cucharita por colectora”.

Intentando ver la luz en esas dos páginas en papel ilustración, supuse que lo mejor era seguir como estábamos… haciendo lo que podíamos. La doctora había dicho que no había ningún problema, que el apetito sexual iba variaba de “volcán en erupción” a “río patagónico”, pasando por todos los niveles esperados y no esperados. Siempre me causaba gracia la ambigüedad con que se tocaban ciertos temas.

Con Victoria habíamos iniciado un viaje que estaba por terminar de un momento a otro. Como sea, estábamos llegando. Fueron meses difíciles, y faltaba la última curva. Una parada final antes de volver a empezar otro viaje, mucho más misterioso aún.

viernes, 1 de abril de 2011

No se va a llamar mi amor

- Si es nena se va a llamar Constanza- dijo Victoria, mientras preparaba un mate.
- No, Vick, Constanza es uno de los nombres más “asesinables” del mundo.
- ¿Qué?
- Constanza siempre es asesinada por Coty o Cony- abrí la heladera.- ¿No hay más mermelada de durazno?

Siempre me ha sorprendido el poder de las palabras y de los nombres. Lo que más me sorprende es como los "nombres propios", en tanto palabras al fin, logran mutar y funcionar como adjetivos calificativos en algunos casos.

Por ejemplo: "que cara de Pedro que tenés" o "que Pascual que sos" o “voy al baño a tirarme un Roberto”. Ahí murien palabras.

Lo mismo sucede con la palabra “copado" o "cope". Generalmente, usado como adjetivo que califica una situación en extremo fascinante e idílica. La palabra “copado” tiene su origen en la insinuación de algo que esta “lleno”. Algo que está “lleno” es “copado”, y si está “copado”... –atención, acá muere la palabra- está “bien”, es “fascinante”. Muere porque no hay ninguna puta relación entre “copado”, “fascinante” y “lleno o vasto”. Murió en su significación, a “fascinante” la asesinó “copado”.

Otra forma de asesinar palabras es cuando una palabra suena a nada de lo que realmente significa. El mejor ejemplo que podría citar es cualquier palabra que termine en "is". Sífilis. “Sífilis” suena como algo agradable, como un “holis”. Traigan acá a un tipo que nunca en su vida la haya escuchada y diganle “hoy le voy a regalar a mi mamá un ramo de hermosas sífilis”. Repitan esa frase en voz alta, escuchen la sonoridad. Lo mismo puede decirse de la “lepra”. La “lepra” en realidad suena como un juego de mesa, como el Burako o el Jenga.

Creo que el mundo sería mucho más lógico si el Jenga se llamara Lepra, y la lepra se llamara Jenga. Sería un mundo mejor. Un mundo más… Si… más copado.

- ¿Pablo?
- No quiero que asesinen a Constanza, Victoria. Por favor…
- ¿Tenes un nombre mejor? Pero tiene que salir de una; si lo pensas, no sirve. Entonces, si es nena… ¿se va a llamar…?-dijo Victoria mirándome, esperando un nombre que arrojara un poco de luz sobre la escena del crimen.
- Constanza…- la puta madre.
- Trato hecho- Victoria me regaló una sonrisa y otro mate.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Para cosas buenas

Tres cosas me encantaron de trabajar en el canal de la palomita.

La primera fue que no tenían drama en mandarte un remis a las 12 de la noche para que vayas al canal a ponerle los diálogos al guión que el “escritor de turno” termina de sacar del horno. No pagaban ningún “extra”, pero la idea de salir corriendo a escribir era sensacional. Con Gabriel, nos sentíamos como una especie de bomberos de los guiones.

La segunda era la chica de la fotocopiadora del canal, de quién ya hablé en otra ocasión. Encantadora.

La tercera, y más importante: el baño del canal. Sin lugar a dudas tercero en el podio de super baños. El primer lo ocupa el baño de mi casa, por supuesto. Y el segundo, el baño del Aromi de Ángel Gallardo y Corrientes, cerca de la facu.

Como único hijo varón, en una casa habitada por tres hermanas, mi mamá y mi abuela, soy bastante “caprichoso” con el tema “baños”. Con los años de me llegué a convertir en un estudioso de los baños públicos y privados. Aquí tienen algunos tips para encontrar un baño top: piso limpio, puerta de los bañitos individuales con pasador (que funcione), mucha luz, suministro de papel abundante y, sobre todo, que quede lejos de toda la actividad del establecimiento en cuestión.

Lo que tenía de bueno el baño del canal de la palomita era que, no solamente cumplía con todos los requisitos anteriormente mencionados; sino que potenciaba el último. El baño estaba estratégicamente ubicado, casi de forma secreta. Este era el verdadero encanto del lugar. Era una puerta enorme sin ninguna marca, que bien podría pasar por una puerta de algún depósito de las oficinas de producción. El baño se mimetizaba con su entorno. Es decir, no es que te vas a perder buscando el baño, sencillamente tenes que saber dónde está para encontrarlo. Lo que me llamaba la atención era que no tuviera indicaciones de “Nenes/Nenas”, aunque nunca le di demasiada importancia al asunto… hasta que un día la puerta del baño secreto se abrió y entro un muchachito actor de Rebelde Way,

El muchacho tenía esa mirada de “encontré el baño secreto” que todos teníamo

- Hola- saludó el joven.
- ¿Qué tal?- respondí, asegurándome que nada de lo que sostenía en mis manos quede demasiado expuesto. No por vergüenza, lamentablemente el chiste interno era dudar de la sexualidad de todos los actores varones de Rebelde Way.

El joven actor entró en cuartito individual y empezó a cantar. Si, a cantar. Fue entonces que descubrí la acústica del lugar. Una exquisita resonancia digna del Colón. Cuando el pendejo se fue, intenté probar con una de Cypress Hill; pero no funcionó. Probé nuevamente, esta vez con “Bonita de más”. Mi voz sonaba increíblemente bien.

Entonces, me di cuenta de la triste realidad: era un baño que sólo funcionaba con canciones pop.