viernes, 31 de julio de 2009

Splash, SAF y ¡kaboom!

Corría nuestro 4to año, y nuestro profesor de gimnasia nos cambió nuestras horas de deportes, por horas de pileta cubierta. Fue casi el paraíso. Agua climatizada, los profesores felices y dejándonos a nuestro libre albedrío por un par de horas. Aquella tarde, Paula Miano se había olvidado su malla enteriza; y decidió quedarse a un costado de la pileta terminando la tarea de música. En 4to año, Paula había quedado seleccionada como Sandy Olsson para nuestra play de Grease. En un rincón, estudiaba metódicamente Summer nights, You're the one that i want, We go together y alguna otra canción de aquel simpático musical.

Ocurrió que el Colorado Mattiuzi se acercó sigilosamente y la levanto entre sus brazos al grito de “¡Feliz cumpleaños, Paulita!” y ahí nomás, delante de unos 30 alumnos -también había chicos de otras divisiones- la arrojó a la pileta. Hojas de música, Paula, ropa mojada y risas. Todo eso en menos de dos minutos. El clásico chiste terremoto, como lo bauticé más tarde.

El “chiste terremoto” es el chiste que empieza cuando Persona 1 le dice a Persona 2 una boludez tan simple como “que lindo culo que tiene tu hermana”, y Persona 2 le responde un rotundo “tarado, esa es mi vieja”. Es el famoso “tragame, tierra”. La salvedad es que -en este caso- a Paula Miano se la estaba tragando el agua. Lo bueno, recién empezaba todo. El chiste terremoto era un 8.5 en la escala Richter. Lo supimos cuando Mariana se abrió paso entre en las risas y la gente y agarro al Colorado por el brazo.

- ¿Sos tarado, Mattiuzi?- salió de la nada Mariana Pizza.
- ¿Que pasa, Mariana? ¿Se mojó tu noviecita?
- ¡Paula tiene SAF, idiota! ¡Tiene SAF!- gritaba Mariana.

SAF. Sin Actividad Física. Cuando un alumno no participa en las clases de Educación Física se coloca en el boletín de asistencias la sigla SAF. Esto ocurre cuando el alumno tiene algún accidente -brazo enyesado-, alguna enfermedad -asma- o bien cuando se ve imposibilitado de realizar determinada actividad por otro motivos, por ejemplo...

- ¡Paula no sabe nadar, estupido!- volvió a gritar Mariana.

El profesor de gimnasia fue el único héroe aquella tarde.

Las risas fueron ahogadas -ironías aparte- por más risas. Esta vez, el blanco era el Colorado Mattiuzi, que había sido el primero en explotar la bomba que coronó nuestro ultimo día de pileta cubierta.

Un 8.5 en la Escala Richter de chistes terremotos. Aquella tarde, creame, la tierra se tragó al Colorado Mattiuzi.

miércoles, 29 de julio de 2009

Paula Emmamiano Watson

A Emma Watson le pasó lo mismo. ¿Quién hubiera dicho que de esa joven tirando a fea saliera semejante adolescente riquísima en Harry Potter and the Half-Blood Prince? Cuando estábamos en el cine viendo La piedra filosofal -la primera de la saga- le dije a Martín: “acordate que esta pendeja se va a convertir a una super perra”. Martín estuvo de acuerdo, y podríamos que -entonces sí- vimos venir el cambio. Tirado aquel vaticinio deje que el tiempo siga su curso y el sábado pasado, los años me dieron al razón.

- ¿Pero como nos equivocamos con Paula Miano, no?- dijo Martín mientras esperamos un café cerca del Village Recoleta.
- Ese si que no lo vimos venir- respondí.

Creo que ni la misma Paula supo los cambios por los que pasaría cuando cursábamos 4to Año. En mi opinión, Paula creció como Cindy Lauper, hasta que un día se dio cuenta que se había convertido en Madonna. Pero que nadie estaba ahí para compartir esa revelación. Una mierda.

- El único que se dio cuenta de eso fue el Colorado Mattiuzi- dije mientras saboreaba mi capuccino.
- ¡Es verdad!- Richard empezaba con su teoría.- De otra manera no se hubiera tomado tanto tiempo para llamar su atención... Le toco el culo en 3er año, la molestaba siempre con el apellido...
- Todos la molestábamos, Richard- Martín, metiendo un bocadillo.
- No, Mar... Lo del Colorado fue premeditado. En esa época éramos tan pendejos y tan inocentes que era la única forma de llamar la atención de una chica- explicó Richard.
- Tratándola mal- adivine.
- ¡Claro! Pero el Colorado siempre se fue de mambo... Lo del la pileta fue la guinda. Fue terrible eso- Richard se tomó unos segundos para recordar el suceso de la pileta.

Todos los hicimos.

lunes, 27 de julio de 2009

¿Tu casa o la mía?

Verano 2009. 10 de enero. Llegado el momento de plantearnos dónde nos iríamos a vivir con Victoria, la decisión no se hizo esperar demasiado. Nos mudaríamos a su casa. Un cuatro ambientes en Belgrano, cerca de la estación Belgrano R. Mejor, imposible. El departamento de Victoria estaba en el centro de mi circuito laboral y social. Todos mis amigos y mi familia en Drago y Villa Urquiza, 5 minutos de tren. El Estudio Editorial en Belgrano C, una caminata de 15 minutos. La productora de eventos en Palermo, en subte 10 minutos. Perfecto.

El departamento de Victoria es tan perfecto como problemático. La abuela de Victoria murió en las últimas, dejando en claro que las llaves de su última morada pasarían a manos de su única nieta. Vicky jamás habitó ese departamento, y su madre tampoco quiso hacer demasiado. Ese lugar fue dejado a la buena de Dios, con muebles viejos, cuartos con olor a humedad, arañas, de todo. Poner en condiciones ese departamento era una tarea tan titánica como obligada, no podíamos perder esa oportunidad. Era perfecto, lo supe la primera vez que lo vi.

- Puede funcionar, Vi. Claro que puede funcionar- dije, esperanzador.
- Hay tres habitaciones, una para nosotros, otra para armar nuestras oficinas locas...- sonrió.- Y esta... para los nenes.
- Para las nenas, Victoria. Nenes, no. Solamente nenas vamos a tener.
- Basta de mujeres en tu vida.
- Soy perfecto para la crianza de mujeres, me recibí con Paz y Patricia, el doctorado lo hice con las hijas de Pilar. No me quiero arriesgar a criar pendejos, quiero nenas...- me aterraba la idea de ser padre de un varón.
- Y si, yo tampoco me arriesgaría- caminamos por el pasillo que unía las habitaciones.- Hay que arreglarlo un poco, pero yo me podría mudar ya mismo, y adelantar algo.
- Yo no me mudaría hasta que no este perfecto. Hay mucho que hacer acá, pintar las habitaciones, arreglar los baños...
- Están tapados hace años.
- ¿Cómo se pueden tapar las cañerías en un piso 9?- teóricamente imposible, pensé.- Todas las maderitas del piso se están levantando. Hay que pedir presupuestos de plomería, gasista, pintores...
- Yo puedo pintar- dijo Victoria.
- ¿Qué? ¡Yo no! ¿Ves estas manos?
- Si.
- Okey, estas manos no se hicieron para pintar, ni para atornillar tornillos autoperforantes... Estas manos se hicieron para escribir, no para tareas rusticas.
- Pablo...
- ¿Qué?
- Quiero creer que me voy a casar con un hombre. Anda a buscar una escoba que yo agarro el escobillón... levantemos todo el polvo y veamos por donde empezamos.

Barrimos dos días seguidos, y todavía seguía igual.

Empezaba el infierno.

viernes, 24 de julio de 2009

La chica que nunca vio Terminator

Para ponerlos un poco en situación. Después de 6 años de novios -siendo Sandra mi primera novia- no tenía ni la menor idea de cómo se levanta una mina. En la edad en qué todos mis amigos aprendieron los pormenores del levante, yo estaba de novio. A los 23 años ya era un poco imposible ponerse a tiro con ellos, no había curso acelerado que valga. Mis amigos eran un desastre en el boliche, levantaban todo. Incluso, Richard. La verdad, voy a poner a Richard de ejemplo en todo, porque el siempre fue muy estructurado, muy racional y -en cierta forma- muy tímido. Pero Richard también ganaba.

Además, sucede que yo nunca fui “el clásico tipo de boliche”, aunque siempre me gustaron esos antros de música fuerte, gente bailando y sudor. Me gusta bailar -bailo mal- y me convertí en el típico flaco que baila siempre con amigas, con la gorda, con la histérica, con la bonita, con la novia del mejor amigo, con las amigas de las amigas. El tipo que baila mal, el tonto divertido. Mientras mis amigos iban afilando colmillos por todos lados, yo me quedaba ahí, bailando con mis amigas y tomando.

Así transcurrieron los primeros meses sin Sandra. Sin tener la más pálida idea de cómo levantarme una mina y viendo como todos mis amigos ganaban.

Hasta que un sábado en The End (Rivadavia y Nazca), Diego se acercó y me sacó el Tequila Sunrise de la mano.
- Acompañame, Pablo, vamos encarar un par de minitas.

Tengo que aclarar que probablemente Diego no encontró a ninguno de los chicos cerca, y tiro el famoso manotazo de ahogado, sabiendo perfectamente que yo frente a las mujeres de boliche, digamos que... no funciono muy bien. El encare en los boliches no era lo mío.

Les decía... ahí estábamos Diego y yo, mirando pasar chicas... hasta que -no podía faltar-por supuesto Diego puso su mano en pinza y deleitó a la audiencia con la famosa movida de “agarrar el pelito cuando la chica pasa por al lado tuyo”. Jugada preparada. En ese momento tuve mi primera lección de levante. “Agarrar el pelo de una chica cuando pasa”. ¿Quién hubiera pensando que eso llamaría la atención de dos chicas? Increíble.

Fiel a su estilo tiburonesco Diego se quedó con “la más linda” y me dejó “la no tan fea” que, gracias a toda la cerveza que tenía en mi cuerpo, inmediatamente pasó a rankear como “la menos linda”. Lo mejor de todo es que ella también tenía mucho alcohol en sangre, lo suficiente como para hacer de todo el preludio de chamuyos una síntesis tan genial que ya estábamos en los reservados a los besos. Así fue como “la menos linda”, se convirtió a mis 23 años, en la número 3 en mi “lista”. Como casi siempre sucede en estos casos, uno intenta hacer lo mejor, y lo mejor -generalmente- es no hablar. Claro, eso lo supe después.

- ¿Qué haces, vos?- dijo “la menos linda”.
- Trabajo en un video club- según tengo entendido, las mujeres no son grandes fanáticas de los tipos mentirosos, así que dije la verdad.
- Uy, a mi hermano le encantan las películas de Robocop.
- ¿Te diste cuenta que es re parecida a Terminator?
- ¿Cúal? Ah, creo que sí, es de un robot, también.
- Ehmmm, si, no... Para, no podes comparar Robocop con Terminator. O sea... “no”. Terminator, la de las máquinas. El tipo grandote musculoso. “¿Sarah Connor?” ¡Pum!
- No, no... entonces no la vi, no la conozco.
- Ufs...- busque a Diego entre la gente y grite- ¡Che, boludo, yo así no puedo! No vió Terminator, yo me voy a la mierda...- y me fui, nomás.

Por eso les decía, nunca fui “el clásico tipo de boliche”.

miércoles, 22 de julio de 2009

Sister Protection Program

Ayer estaba en el Estudio haciendo lo que mejor se hacer cuando no tengo trabajo. No, no estaba mirando por la ventana. Estaba fumando un cigarrillo pensando en nada, cuando el teléfono hizo su acto de entrada espectacular.

- Paul...
- ¿Patri? Te escucho re distinto. ¿Qué pasa?
- ¡Paul! Ah, debe ser el teléfono. Tengo celu nuevo, me lo dieron en el laburo. Ahora estoy en un break. Es que, no vas a creer, se me cayó mi celu chatito y es un embole tener que arreglarlo. Amaba ese teléfono.

Como conozco a mi hermanita como si fuera mi hija, se que lo mejor en estos casos es optar por ser un interlocutor monosilábico.
- Uhmmm...
- Bah, no se me cayó. Me empujo la tarada de Paz cuando salíamos de casa el otro día.
- Bajón.
- No importa, igual en el laburo me iban a dar otro porque el anterior se quedaba corto con la exigencias de los clientes- nunca supe muy bien a qué se dedica mi hermana. Creo saberlo, pero no estoy seguro.
- “Un celular corto con...”- a veces me resulta imposible monosilabear.
- Este tiene todo: camarita, puede recibir imágenes, filmar, tiene bluetooth. So nice. Tiene todo. Escuchame... resulta que iba caminando por Santa Fe y... vi un abrigo must... Pero no se que idea tenías para tu casamiento. ¿Yo vendría a ser como una dama de honor, no?
- No, Patricia. Acá no se usa eso de las damas de honor- no quería romperle la ilusión a mi hermana, pero alguien tenía que hacerlo.
- ¿Cómo que no? Si es tan pintoresco...- Patricia se escuchaba desilusionada.
- ¡Pero no se usa! Además, el novio no tiene damas de honor...
- Pero...
- Además, yo me caso en verano. Hace calor, un abrigo no creo que te sirve de mucho y...- tenía la leve sospecha que Patricia no tenía la más pálida idea de cuando me casaba.
- ¡Es que este abrigo es divino! ¿Tiene para recibir imágenes tu celu, Pabli?
- Ehmmm... sí, creo.
- Buenísimo, espera. Me saco una foto. Me compré un cardigan arena en Akiabara, también. No sabes lo que es, fijate como me cae. Ahí te mando...
- ¡Pero nooo!- demasiado tarde.

Muchas veces la mente de Patricia trabaja de forma muy diferente al resto. En su mundo paralelo, la conversación anterior tenía toda la lógica del mundo. Mientras, yo me preguntaba, que hacía mi hermana enviándome una foto desde un ascensor posando como Kate Moss. Por supuesto, el cardigan.

lunes, 20 de julio de 2009

El alpinista

Gabriel es uno de mis mejores amigos. Nos conocimos en séptimo grado. Gracias a su sentido del humor -desde chico- se ganó su lugar en el grupo. Cuando terminamos la secundaria, nos anotamos en Comunicación Social. El se recibió dos años antes que yo. Yo, por mi parte, complete la carrera como pude. Incluso con la locura de anotarme en el TEA porque “Comunicación no me llenaba”. Ese fue mi primer error. Es imposible estudiar dos cosas a la vez, y encima trabajar, es un kilombo.

Con Gabriel tenemos una teoría laboral. En realidad, es una forma elaborada de conseguir trabajo metódicamente. Se llama “el alpinista”.

La teoría del alpinista sería -gráficamente- algo así: los alpinistas siempre van atados unos a otros con una soga riel; cuando llega el primer escalador (llamado, cabeza de soga) a la cima, y empieza a ayudar a los demás (llamados “nudos”) a subir. Cuando el primer escalador nudo llega a la cima, pasa a ser cabeza de soga junto con el otro y así, logran subir a todos los demás. Esto es porque los alpinistas -según Gabriel- además de ser escaladores profesionales, son amigos.

En la práctica, nada mejor que ilustrarlos con un ejemplo que puedan ver. El primer trabajo de Gabriel (relacionado con nuestra profesión) fue a los 20 años. Era notero de una radio de San Martín cubriendo partidos de fútbol. Una tarde el productor del programa le preguntó si no conocía a nadie que quiera atender los teléfonos durante dos programas que la emisora tenía los sábados. Así empezamos, el cubriendo partidos de fútbol y yo atendiendo teléfonos. Seis meses después, el productor del programa deportivo nos regaló dos horas de programación -los sábados a la noche, de 22 a 24- solamente por enero y febrero. Era hora de subir a Mariana Pizza, que cursaba el primer año de Locución en el ISER. Así tuvimos, nuestro primer programa.

Dos años más tarde, Mariana Pizza consiguió entrar en la producción de un programa para una FM de esas que todo el mundo conoce, música de moda, pendejas llamando y dedicando temas, etc. Otra vez los planetas se volvieron a juntar y necesitan un asistente de producción, ahí Mariana me subió. Tiempo después, el área de producción tenía mucho laburo y necesitaban un “runner”. Entro Gabriel. Cuando la radio cambió de nombre, nos pasaron a laburar a la frecuencia AM de la misma emisora. No estuvo tan mal.

Hoy por hoy, pasaron casi 20 años de aquel primer trabajo. Laburamos para Televisa, O Globo, TELEFE. Siempre que entraba uno, el otro entraba semanas después. Empezamos a escribir muchísimo, publicamos un par de libros, estrenamos una obra de teatro; y en octubre, estrenamos dos más. Ahora tenemos dos laburos que nos consumen casi todo el día (además de controlar los ensayos de teatro): tiramos guiones en una productora audiovisual de documentales y eventos, y nos quemamos los ojos en un estudio editorial. El primero en entrar a la productora de eventos fui yo; y Gabriel fue el primero en entrar a la editorial.

La teoría del alpinista, les decía.

viernes, 17 de julio de 2009

La no-historia del principio del fin

Haciendo memoria, podría decir que las cosas empezaron a ir mal seis meses antes del último portazo. Sandra estaba distante y malhumorada. Por mi parte, yo estaba en lo que mejor hacía por esa época cuando no estaba con ella, estudiar y amigos. No hay mucho más que decir. Nunca le busque una explicación, no trate de darle forma a la nada. Simplemente escuche, escuche y la insulte, escuche y lloré. Mientras la escuchaba, me acorde del cielo llorando cuando -hacía poco menos de un año- habíamos hablado de casarnos. En ese instante, me jure siempre hacerle caso a mis presentimientos. Sandra me miro a los ojos y habló sin remordimientos.

- Pablo, perdoname, no te quiero más- dijo ella.

Así como si nada, sin explicaciones -no las había- Sandra le ponía un punto final a nuestra relación de 6 años. Por supuesto, que hice lo que cualquier tipo haría en mi situación. Intente salvar la relación a partir del diálogo, de preguntar, de buscar respuestas, de querer saber, de entender por qué.

- Estoy saliendo con otra persona- fue lo único que ella dijo.
- ¿Hace cuanto?- pregunté.
- Dos meses.
- ¿No me lo podía haber dicho antes?
- No estaba segura- su voz empezó a trabarse.
- ¿De qué, hija de puta? ¿De qué no estabas segura? ¿Me estas jodiendo?- encendí un cigarrillo.- Si no me querías más, me lo hubieras dicho... ¿Para que quisiste seguir?
- No estaba segura, perdoname.
- ¡No te puedo creer! Estabas conmigo y estabas con otro, es cualquiera lo que me hiciste. Es una mierda.
- Lo se, perdoname- sus ojos verdes se humedecieron.
- ¿“Perdoname”? No, Sandra... no te perdono. No te perdono una mierda.

Sandra se fue llorando, yo cerré la puerta del departamento de un portazo. Me quedé solo en ese dos ambientes que todavía estaba pagando. No se cuanto tiempo estuve en silencio, con el corazón a punto de explotar. Lloré. Como un asesinato en mitad de la noche, como el ruido del revolver que se esconde en el sonido de un trueno. Llore en silencio.

No volví a saber de Sandra por un tiempo largo.

miércoles, 15 de julio de 2009

La no-historia de un noviazgo largo

La relación con Sandra funcionó durante -valga la redundancia- muchísimo tiempo. Seis años, ya les conté. El típico noviazgo de barrio, muchos años, muy transparente, bien intencionado, con mucho cariño. Detallar cada uno de estos años me obligaría a encarar un proyecto más grande del que tenía pensando cuando publique la primera entrada de este blog. Entonces, vamos con pequeñas postales de nuestro amor por aquella época.

Durante muchos años fuimos casi niñeras de nuestras propias hermanas menores. Yo de Paz y Patricia; Sandra de Noelia, un sol de 5 años cuando empezamos a salir, un terremoto de 11 cuando estalló el apocalipsis. Noelia era una pendeja super simpática, clásica nena de publicidad, linda sonrisa, hermosos ojos y muy dulce. Verla crecer fue un placer. Disfrutábamos mucho ir a la plaza con nuestras hermanas.

Nuestros mundos nunca chocaron. Ella tenía sus amigas, yo tenía mi
grupo de amigos. Disfrutamos las salidas adolescentes siempre que
pudimos. Halley, Bassinger, Altro Mondo, Starlight, La Embajada… recorrimos todos los boliches de moda y los que no estaban de moda también. Juntos, separados o en grupos de amigos.

A partir del tercer año de noviazgo, empezamos a elegir los bares, los recitales o el sillón de su casa un sábado a la noche. Despertábamos como pulpos.

Nuestras madres se hicieron muy amigas. Mi vieja adoraba a Sandra. Era muy común llegar alguna tarde a casa y encontrarlas tomando mate, charlando de nada con mi abuela.

Sandra era muy compañera. Cuando me tocaba trabajar los domingos en el video club, ella siempre se quedaba conmigo toda la tarde. Me ayudaba a acomodar películas, y ordenar un poco todo antes de irme.

A los 21 me fuí a vivir sólo. Como saben, a tres cuadras de casa. Sandra se quedaba a dormir algunos días de la semana y los fines de semana. Cocinabamos, mirabamos alguna película, y dormíamos muy abrazados.

Cuando tuvimos el programa de radio con Gabriel y Mariana Pizza, Sandra dejaba mensajes con distintos nombres, pidiendo temas. Esto fue a los 21, también.

Era casi todo perfecto, soñado, armado y cuidado hasta el mínimo detalle. El amor creció con libertades individuales, sin presiones hasta transformarse en una libertad de dos, con proyectos y metas.

A los 22 años, hablamos de casamiento por primera vez. Lo recuerdo como si fuera ayer. Era un domingo muy gris, hacía frío y venía una tormeta que -según el servicio meteorológico- iba a hacer historia. Empezó a llover.

Mirando la lluvía por la ventana de mi departamento, mientras Sandra dormía sobre mi pecho, tuve el peor de los presentimientos.

Y no me equivoqué.

lunes, 13 de julio de 2009

La no-historia de un video club y la meta final

A los 18 años deje de trabajar en el puesto de diarios. La decisión llegó motivada por dos factores: empezaba la facultad y mi noviazgo con Sandra venía muy bien.

Los 3 años repartiendo diarios fueron geniales. Mi vieja lo terminó de aceptar cuando llegué destruido luego de aquel partido de billar con mi viejo. En silencio, como si fuera artífice de mi dulce venganza, depositó en mi la ventura de mi éxito. Ahorre bastante plata en esos tres años.

A los 18, pensaba tomarme un año sabático no laboral y dedicarme de lleno a la facultad. No pudo ser. Un sábado a la tarde, Patricio llegó a mi casa agitadísimo.
- Buscan un empleado en el video club de Monroe- dijo.
- ¿Encontraste laburo?
- Tarado, ese trabajo es para vos... anda a ver que onda. Seguro que te toman enseguida- desde chicos, éramos habitúes de ese video club: ahí alquilamos nuestra primera porno, las películas de los Bañeros, y todas las Martes 13. Patricio insistió tanto que fuimos. Y tuvo razón: conseguí ese trabajo.

Mi horario en el video club era de 17 a 22 (lunes a viernes). Sábados de 10 a 13 y de 17 a 22. Mejor imposible.

Trabaje muchos años en el video. De los 18 a los 25, tengo millones de historias en ese negocios, historias de vida, personales, de gente que iba a devolver una película y te contaba su vida fumándose un cigarrillo o tomando un café. Millones e increíbles, fueron muchos años. Tantas que jamás serán contadas en este lugar, porque entonces esto no tendría fin. Suficiente con saber que tuve los dos mejores jefes que pude haber tenido jamás y que por suerte, todavía los sigo viendo a menudo.

El año de mis 18 años fue genial. Tuve mi primera vez con Sandra MuchoTiempo, mi primera vez con Lili Partuza y mi segundo trabajo.

Era mucho trabajo de nuevo, pero algo me decía que los melones se acomodarían solos. Así que trabaje, estudie, disfrute mi relación Sandra y la amistad con mis amigos. Me di todos los gustos y también pude ahorrar.

Por supuesto que en aquella época -si bien era fácil ahorrar, el famoso “uno a uno”- era casi imposible ahorrar en 6 años para comprarse un departamento. Cuando uno es joven no piensa en esas cosas, simplemente se deja llevar. Pero si mi mente volaba, la de mi vieja ya iba por las galaxias más lejanas. Cuando tuve 21 años, la plata que tenia ahorrada (y que había depositado en un plazo fijo a nombre de mi vieja, siguiendo su consejo) me permitió pedir un crédito. Mi mamá fue la titular de un préstamo infinito.

A los 21 años, efectivamente, me fui a vivir solo. Eso sí, a 3 cuadras de mi casa familiar. Todo esto fue también premeditado, y con el sólo hecho de poder ir a mi vieja casa y saquear la heladera de cualquier producto comestible a cualquier hora.

Al final, como decía mi abuela, los melones se acomodaron solos.

viernes, 10 de julio de 2009

Nada que perder

Aquella tarde, Billarmonía fue testigo de mi derrota.

Muchas personas que conocí a lo largo de mi vida se pensaban expertas jugadoras de pool (o billar o como sea que se llame ese nefasto juego). Esas personas no conocían a mi viejo. Años de práctica le habían otorgado nervios de acero, mirada de lince y movimientos perfectos a la hora de -como se dice en la jerga- “caminar la mesa”.

Mi viejo tenía dos cosas en claro. Primero, nunca se haría millonario jugando al billar. Y la segunda, no se necesitaba ser un jugador profesional para ganar unos cuantos pesos sobre el paño. Con unos sencillos trucos -que escondía en el doble fondo de mangas imaginarias-, mi viejo podía ganar una cantidad importante de dinero en una tarde. Por eso Billarmonía se había transformado en su segundo hogar cuando se separado de mi mamá. A la siesta, cuando cerraba la sastrería, dedicaba dos horas de su tiempo a vaciar bolsillos de los incautos que entraban a Billarmonía sin saber cómo habían llegado. Ganaba dinero con facilidad; y con la misma facilidad lo gastaba en asados para sus amigos y en salidas con su novia de turno.

Pero yo también sabía que la mejor forma de ganarle una partida de billar a mi viejo era -aunque parezca increíble- no jugar una partida de billar con mi viejo. Realmente fue una pena no hacerle caso a mi conciencia -que gritaba a varias voces- que uno de mis principales problemas a los 15 años (además de tantos otros) era mi incapacidad de disparar una bola blanca en una línea recta. Capacidad (si las hay) primordial a la hora de jugar al billar. Sin embargo, tenía que correr el riesgo. Fue entonces cuando mi viejo desplegó todos sus trucos.

La mayoría de estos ases bien guardados (supe más tarde) con formas tan viejas como aberrantes de condicionar el juego de un rival. Esa tarde, mi viejo las utilizó a todas. Me hablaba en el preciso momento que yo disparaba, cuando mi codo iniciaba el impulso. Dicen los expertos que el cuerpo humano se condiciona a partir de actos reflejo y que una sirena de policía a metros de distancia puede acelerar nuestro corazón en segundos.

- ¿Y Pablito? ¿Estas novio ya? Mira que tenes 15 años... ya es hora- preguntó mi viejo. Si el billar tuviera reglas similares a las del fútbol, mi papá estaba cometiendo la primera falta: hablarle al rival cuando esta por ejecutar un tiro. Tarjeta amarilla.

La tarjeta roja llegaría más tarde cuando caminaba alrededor de la mesa provocando una serie de movimientos de distracción perfectos que asesinaban mi sistema simpático. Pero como el billar no es el fútbol y no hay ningún árbitro que cobre semejantes faltas sin ningún castigo; desde toser en el momento del disparo hasta dejar caer la tiza en el paño. Todos, y cada uno de ellos, ases perfectamente ejecutados para ganar. Y así fue.

- ¿Le estas enseñando a tu hijo a jugar al billar, Luis?- preguntó Francisco desde la barra.
- No, le estoy enseñando a perder- dijo. Mi viejo metió la última bola y sonrió, mirándome como aquella tarde de la bicicleta sin rueditas.

Entonces me di cuenta que mi viejo jamás me iba a ayudar a cumplir el sueño del departamento. Y lo odie con toda mi alma. Esa fue la tercera vez que odie a mi viejo.

Me fui de Billarmonía tragando lágrimas. Lo increíble de todo fue que cuando doblé la primera esquina, sentí como si nunca hubiese ido a ese bar. Olvide la forma de llegar durante años. Y eso no estuvo mal.

No tenía nada que hacer ahí.

miércoles, 8 de julio de 2009

Tela, tango, taco y tiza

Mientras caminaba por el costado de la estación Villa Urquiza tenía dos cosas en mente. La primera, encontrar Billarmonía. La segunda, encontrar a mi viejo. Probablemente hubiera sido mucho más fácil ir a su casa. Claro, si él hubiera atendido el teléfono alguna de las veces que intente ubicarlo.

Según supe años más tarde, encontrar Billarmonía era una tarea irrealizable. Un bar escondido, cerca de la estación, lleno de billares, cigarrillos y picadas infinitas. Lo encontré. A la hora de escribir estas líneas, es imposible relatar cómo lo encontré, simplemente llegué a la puerta del lugar. Billarmonía es un lugar que tiene su propia historia, su propia gente y resumirla en dos o tres renglones no estaría bueno. Además, le quitaría la magia de lo inubicable. Tengo muchas historias sobre el bar, pero no ahora, no este momento.

Y ahí estaba mi viejo, sentado en una mesa cerca de la barra. Me compró una Pepsi, hablamos un buen rato mientras yo le explicaba mi plan: ahorrar la mayor cantidad de dinero posible para irme a vivir solo a los 21. Mi viejo soltó una carcajada muy fuerte.

- Sos muy chico para tener tantas pretensiones.
- ¿Qué tiene de malo?
- No se si esta bueno. Podes caerte y golpearte muy duro. Me parece una boludez que pienses en eso ahora. Disfruta tu vida, no labures, estudia y hacele caso a tu vieja y a tu abuela, cuida a tus hermanas.
- La abuela dice que esta bien tener sueños y metas.
- La abuela es muy inteligente. Es una buena mujer, como tu mamá- ese era el truco de mi viejo, desviar la conversación cuando uno menos lo espera, esa tarde no iba a tener suerte.
- Necesito que me des plata, que pongamos una suma por semana para que yo pueda ahorrar- lo mire a los ojos, seriamente.

En el fondo de Billarmonía, un mozo -Francisco, según supe- limpiaba un escenario pequeño mientras el ruido seco de los tacos de billar golpeando las bolas persistía, a pesar de la música y del murmullo.

- No tengo plata, Pablito- dijo mi viejo.
- Pero vos trabajas... tenes que tener plata. La gente que trabaja tiene plata.
- Yo no. Los zurcidos invisibles ya no son tan codiciados- mi viejo era sastre, de los buenos.

Francisco se acercó a nuestra mesa.
- Tenes suerte, pibe. Hoy canta tu viejo- dijo, palmeandome la espalda.- Entras ahora, Luis- si, mi viejo cantaba tangos.
- Canto mas tarde, Francisco. Mi hijo no quiere escucharme cantar, no vino para eso- dijo mi viejo sonriendo.- Te voy a decir lo que vamos a hacer... Vamos a jugar al billar. Si me ganas, te doy mi palabra que todos los viernes yo te voy a dar algo de plata para que vayas juntando. ¿Qué te parece?

Mi viejo tenía un sentido del humor muy raro. Pongamos un poco la perspectiva. En navidad, es el tipo que hace la pirámide con las copas de cristal de la abuela. El que rompe toda la cristalería en un segundo, el que le ata petardos a los gatos en la cola. Mi viejo sabía muy bien lo que hacia aquella tarde.

- Esta bien, papá. Juguemos- dije agarrando la tiza de billar que mi viejo me arrojaba por encima de la mesa.

lunes, 6 de julio de 2009

Leyendas barriales (Made in Villa Urquiza)

- El día que me necesites voy a estar en Billarmonía- fue lo último que dijo mi viejo cuando se fue de casa. Solamente eso.

En Villa Urquiza tenemos dos o tres leyendas barriales. A saber, la siniestra historia de la niñera de la calla Bucarelli, el simpático caso de Franelita y -la leyenda mística- el bar escondido llamado Billarmonía. Cada una de estas historias tiene distintas funcionalidad. El caso de la niñera sirve para asustar a los chicos, no hay más vueltas. La historia de Franelita provoca ternura y alguna que otra lágrima. Ahora, lo de Billarmonía es otra cosa. Esta leyenda solamente tenía por función sembrar la incógnita indescifrable de algo que jamás podía probarse. La única forma de hacerlo era intentar buscarlo -casi siempre- con poco éxito.

Según cuenta el boca en boca, Billarmonía se encuentra sobre alguna calle lindante a la estación Villa Urquiza. El cómo, por dónde y cuándo, corre por cuenta de incauto que intenta encontrarlo.

- ¿Vas a ir a hablar con papá? Vos estas loco- dijo Pilar demasiado tarde, porque ya había cerrado la puerta de casa dirigiéndome a la estación Villa Urquiza.

En Villa Urquiza tenemos dos o tres leyendas barriales.

Por gracia y obra del destino pude dar fe de todas ellas.

Si, de las tres.

viernes, 3 de julio de 2009

El episodio de la bicicleta y los cuatro odios

Odie a mi viejo cuatro veces en toda mi existencia.

La segunda fue cuando se separó de mi vieja y no tuvo el valor de decirnos que se iba a ir de casa para no volver nunca más. Pilar y yo nos merecíamos una explicación, algo mejor que llevarse una valija con algo de ropa durante la madrugada. Yo tenía 9, Pilar 8 y las mellizas tenían 4 años. No hay mucho mas que decir.

La tercera vez fue cuando fui a hablarle del departamento. Nunca me sentí tan humillado en la vida.

Bueno, en realidad, sí... fue en el episodio de la bicicleta.

Tenía 7 años cuando mi viejo decidió que había llegado la hora. Me llevó de la mano a la plaza Marcos Sastre (en Miller y Monroe), mientras con su mano libre, intentaba maniobrar mi última regalo de navidad. Una bicicleta Aurorita de color azul, con timbre, espejito y... sin rueditas. En menos de media hora, mi viejo me regaló todos sus conocimientos ciclísticos. El arte de andar en bicicletas sin rueditas comprendía elementos tan fundamentales como: el equilibrio, la mirada hacia delante, el truco del espejo y -sobre todo- las rodillas bien derechas.

Luego de varias caídas -cuando el sol de la tarde ya se estaba yendo- y al borde del llanto, supliqué una digna retirada. Y “digno” era casi un elogio, teniendo en cuenta mis continuos fracasos.

- Ultima vez... yo te sostengo todo el recorrido, es solamente para que practiques el equilibrio- dijo mi papá, sosteniendo el asiento de la bici desde abajo.
- Quiero volver a casa, pa.
- Ultima vez...- insistió.
- No me quiero caer mas- tragué saliva y algunas lágrimas.
- Ultima vez, no te voy a soltar... lo prometo- y yo le creí.

Durante algunos metros pude sentir su voz muy cerca de mi espalda, sujetando firmemente la bicicleta. Su voz que me decía que busque un punto fijo, que no mire hacia abajo y que... cada vez estaba mas lejos y era casi inaudible. Giré mi cabeza, y miré hacia atrás. Mi viejo estaba a mitad de cuadra -sonriendo- buscando algún cigarrillo en su campera. Lo siguiente fue mi cabeza golpeando en un banco de cemento y un chichón del tamaño de una pelota de tenis. Mi bicicleta cayendo del lado del espejo, que termino rompiéndose en pequeños pedacitos que se incrustaron en mi rodilla. El cosquilleo en mi pierna -mezcla de ardor, sangre y raspadura- hizo que en segundos ejecute un llanto en do menor que escuchó toda la plaza.

- Dijiste que ibas a sostener la bicicleta- le dije mientras volvíamos a casa.
- Mentí- mi viejo me sacudió la cabeza y contempló un segundo la bicicleta.- Se rompió el espejo... ¿Sabías que son siete años de mala suerte?

La primera vez que odie a mi viejo fue en el episodio de la bicicleta.

La cuarta vez que lo odie fue cuando se murió sin que le pudiera decir cuanto lo quise.

Todavía sigo esperando los siete años de mala suerte.