viernes, 30 de julio de 2010

Es una nube, no hay dudas

No lo voy a negar, nadie tenía ganas de ingresar a la usina abandonada de Coghlan por segunda vez. Así que optamos por lo que nos parecía mas sensato... ir a la casa de Alejandro y tocarle el timbre.

- Por ahí, salió, no encontró a nadie y se fue a la casa- pensó Pato, con cierta esperanza.

Eso hicimos.

Ya en el umbral de su casa, Alejandro nos relató un cualquierismo total.

- Me perdí, estuve como dos horas dando vueltas. La lluvia no me dejó escuchar nada, ni ruidos, así que me quería ir a la mierda. En eso, al doblar una pila de vigas de cemento se me apareció un tipo. Me dijo que era el Rey de los Ferroviarios, y que ese era su reino. Después me señaló una puerta que estaba enmarcada entre las rejas que bordean la usina. No la había visto, salí corriendo. ¿Y ustedes, cómo salieron?
- Nos encontramos, Ale. Simplemente nos encontramos- le dijo Martín.
- ¿Que? ¿No me van a creer? Les digo que un tipo que era el...
- ¡El rey de los boleteros!- lo cortó Bruno, riendo.
- De los ferroviarios, Bruno- se ofuscó Alejandro.
- ¡El rey de los maquinistas!- gritó Pato, y todos no reímos.
- Son unos boludos, les digo que un tipo me ayudo a salir... Estaba vestido todo de gris, como con un sobretodo, y tenía una franela saliendo del bolsillo... una franela naranja.
- Por ahí era la bandera que usan para que la gente no cruce las vías...- dedujo Martín.
- Puede ser...- respondió Alejandro.

Dedicamos los últimos minutos de aquella tarde a dos cosas puntuales: intentar quitar crédito a la historia de Alejandro y deducir si lo que el tipo (en caso de existir) tenía en el bolsillo era una bandera de señalización o una franela. Perdimos la esperanza de encontrar alguna respuesta cuando la mamá de Alejandro lo llamó para cenar.

- Bueno, podemos seguir haciendo estas cosas, son divertidas- dijo Martín, recordando lo que fue, nuestra primera escondida hormiguero.
- Claro, además todavía nos quedan tres meses para empezar la secundaria- respondió Bruno abriendo un paquete de galletitas Manon.
- Cierto- dijo Alejandro.- Entonces... ¿me creen?
- Por supuesto...- Bruno respondió, con una pausa dramática.- ... que “no”.
- ¡Pelotudos!- dijo Alejandro dando un portazo y dejando nuestras risas en la vereda.

Lo que no sabíamos era que Alejandro había tenido el privilegio de ser el primero de nosotros en conocer a Franelita, el loco del barrio; y al parecer, por aquella época, rey auto-coronado de la usina abandonada de Coghlan.

martes, 27 de julio de 2010

A nadie le interesa si quedás atrás

Las consecuencias de aquella escondida hormiguero fueron nefastas. Pero como siempre pasa en estos casos, nosotros la hicimos recordable. En mi caso, la notable incertidumbre... -perdón, el notable cagazo- me privó de recordar ese primer juego como único (no así, las siguientes escondidas hormigueros). Dicho esto, recuerdo que me quedé escondido y leyendo aquel comic de Spiderman hasta que la lluvia no dejo mas que un rastro de barro y silencio. La mezcla de olores, el hierro oxidado, la humedad, la tierra mojada propiciaba una pronta retirada, y si era posible, volando. Salí de mi escondite y me di cuenta de la inmensidad del lugar y de la locura que habíamos cometido. A ver, nos habíamos metido en una usina eléctrica abandonada, probablemente la rata mas chica tendría el tamaño de una nutria australiana (son grandes), como poco. Y como mucho, en aquel lugar podría haber cualquier cosa escondida. Sin contar con el óxido, posible infecciones, etc. La sensación de que todos se habían encontrado y que yo había ganado el juego, se convertía en la más horrible de las realidades. Me di cuenta que para un chico de séptimo grado, la usina de Coghlan era un laberinto horrible en donde te podías perder y aparecer al día siguiente, con suerte, vivo. Y cuando tenes esa edad, lo primero que se pierde es la calma.

Abrí la boca y grité.

- Maricon- escuché la voz de Martín, estaba detrás de una reja sosteniéndola y mientras me señalaba el lugar por donde salir.
- ¿Gané?- pregunte, agitado.
- No entendí muy bien quien gana el juego, los chicos ya salieron todos.
- Entonces, gane- sonreí.

Salimos por la cortada de Rivera, es una cortado que da a uno de los lugares mas pintorescos de Coghlan: a una pequeña plaza, con un mástil y unos bancos. Ahí estaban los chicos... Bruno, Diego, Pato...

- ¿Alejandro?- pregunté.

Enseguida supe que no iba a querer oír la respuesta.

viernes, 23 de julio de 2010

Próxima

Me gustan las chicas que encienden un cigarrillo para que venga el colectivo.

martes, 20 de julio de 2010

viernes, 16 de julio de 2010

Comic Code Autorithy

Siempre dije que cada historia puede ser contada de muchas formas. Son miles las puertas que una historia abre, miles las formas de entrar y recorrer ese camino.

Hace mucho tiempo, un psicólogo estadunidense tenía mucho tiempo libre y se puso a analizar el contenido de los comics. El tipo llegó a la conclusión de que los jóvenes estaban amargados y que "el" culpable de tanta tristeza eran -sorpresa- "los" comics. A partir de este análisis se creó el Comic Code Autorithy (CCA), un organismo que regulaba los contenidos de los comics. La idea era alejar a la juventud de cualquier cosa que fuera peligrosa para sus mentes.

Los análisis del psicólogo fueron motivados por un paciente que se confesó homosexual y admitió que leía comics de Batman. Entonces, el doctor llegó a la conclusión que los comics de Batman, llevaban a los inocentes a la homosexualidad, así que escribió un libro llamado "La seducción del inocente". El psicólogo se volvió millonario, su paciente se suicido.

Es increíble como uno siempre encuentra al análisis justo a determinada vivencia años después de experimentarla. Eso pasa mucho, y generalmente empieza con un “cuando yo era chico…” o con un “una vez me acuerdo que éramos chicos y…”

Una vez me acuerdo que éramos chicos y… entramos a la usina abandonada de Coghlan. Me escondí dentro de un pasillo largo que terminaba en una puerta cerrada. Sobre las paredes, unas maderas que dejaban un hueco interesante entre pared y madera. Desde ese lugar pude ver como la reciente lluvia de verano estaba mojando una revista. Era una historieta del Hombre Araña, estire mi mano para salvarla. Salí un poco de mi escondite para agarrar la historieta.

El primer comic en cagarse en el CCA fue una saga de Spiderman en la que Harry Osborn tomaba drogas por problemas familiares, mientras el Peter Parker cagaba a trompadas al dealer de Harry.

Además de todo eso, fue el primer comic que tuve en mis manos.

Volví a mi escondite, y me quedé ahí… leyendo.

La lluvia se hacía cada vez más fuerte.

viernes, 9 de julio de 2010

Piedra libre

Siempre me pregunté por qué la mayoría de la gente grande recuerda a la escondida clásica como uno de los mejores juegos inventados y posibles de ser jugados hasta el hartazgo durante la niñez. Psicológicamente creo que encierra un par de aspectos interesantes. No soy psicólogo, pero me gustaría analizar esto a la luz de mi propia experiencia. Mi teoría es que cuando somos chicos nos escondemos porque sentimos la necesidad de saber que podemos volver a salir de ahí, de encontrar la salida. Es decir, buscamos el mejor lugar, el clandestino, el ajeno a los ojos del buscador, pero a la vez… necesitamos saber que podemos salir de ahí, que somos nosotros los que entendemos el significado de la búsqueda.
Bien, la “escondida hormiguero” no tiene demasiados secretos. Es -técnicamente- igual a la “escondida clásica”, pero en lugar de tener “alguien que busca” y “muchos que se esconden”, en la “escondida hormiguero” existen la multiplicidad de roles: todos buscan, todos se esconden… todos a la vez.

En la práctica funcionaria así: se pauta un número (100, por ejemplo), todos salen corriendo buscando su escondite mientras van contando hasta 100 mentalmente, una vez que todos están escondidos, es obligatorio que todos salgan de su lugar a buscar a los demás. ¿Inentendible? En la práctica, créanme, funciona. Llegado un punto, nos vamos encontrando, y así, se van formando grupos de búsqueda.

Ustedes pueden pensar que el juego no tiene demasiado sentido jugado de esa manera. Tiene derecho a pensar que el juego se agotaba al primer encuentro: y porque al final era un todos contra todos sin sentido. No los culpo por eso.

Lo bueno de la “escondida hormiguero” es que la seguimos jugando durante mucho tiempo, con el correr de los años con más o menos éxito. La última vez que la jugamos fue en mi despedida de soltero, y voy a guardarme esta anécdota para un futuro cercano.

Volviendo a nuestro último verano, ustedes pueden pensar que no tenía mucho sentido jugar el juego de esa manera, que es peligroso jugarlo así en una usina abandonada. Sin embargo, a todos nos pareció interesante.

Buscamos ciertas emociones estúpidas y, también, reinventar las que ya conocemos. Eso hicimos.

Cuando mis números llegaban a 60, encontré un fantástico lugar para esconderme. Había un pasillo largo que terminaba en una puerta cerrada, apoyadas sobre las paredes, unas maderas, dejando un hueco interesante entre pared y madera, me ubiqué sin hacer mucho ruido.

Espere… 100.

Se escuchó el primer trueno, lluvia de verano.

martes, 6 de julio de 2010

Los condenaditos

Hay una época misteriosa del ser humano. Es un momento que muy pocas personas tienen la capacidad de controlar. Hablo de aquella puerta que se abre a un nuevo mundo, lleno de dolores profundos y alegrías incomprensibles. Esa época siniestra, entre la niñez y la adolescencia, llamada “preadolescencia”.

Nuestro último verano, “el verano en capital” como solemos llamarlo, fue un vertiginoso viaje al mundo barrial. Redescubrimos el barrio con ojos enormes, enamorados de cada detalle. El viaje de aventuras iniciadas al terminar 7mo grado comenzó cuando Bruno dijo “estoy aburrido”, sentado en las vías muertas de la Estación Coghlan. Eso fue el puntapié inicial de todo, las propuestas no tardaron en llegar.

Pato propuso entra a la casa abandonada de Donado y la vía de Drago. Alejandro quería entrar a la usina eléctrica de Coghlan. Diego quería meterse en la morgue del Pirovano y ver un muerto. La fallida (para nosotros, no para Nuria Vainilla) historia de la morgue del Pirovano ya la conocen.

- Algo distinto, algo podamos recordar durante años- dijo Alejandro.
- ¿Cómo ver un muerto? Somos un desastre, no servimos… Somos “chicos doble escolaridad”- la cara de Martín se ensombreció.
- Yo estoy investigando- la voz de Pato sonaba muy seria, lo miramos.- Si, investigo cuales son las casas abandonas del barrio para poder entrar.
- Bueno, pero algo tenemos que hacer hoy- insistió Alejandro.- Creo que entrar a la Usina abandonada es lo mejor, nos vamos a cagar de risa, seguro.
- ¿Le aviso a Nuria?- preguntó Bruno.
- Mejor no, a ver si es la única que se anima a entrar- concluyó Diego con una sonrisa.

Entonces, caminamos por la plaza de la estación. No era un recorrido difícil, la Usina estaba sobre Monroe (y todavía sigue ahí). Me detuve un segundo a mirar una pequeña habitación pegada a la Sala de Espera para Señoras de la estación. Era la biblioteca, por la ventana se podían ver una gran cantidad de libros donados; una placa junto a la puerta decía: fundada en 1967. La biblioteca pública Bartolomé Mitre es la primera (y todavía se cree que única) biblioteca que funciona en una estación ferroviaria. Hay una historia muy interesante con respecto a esta biblioteca, ocurrió en 1991. Lamentablemente, nunca hay tiempo para todas las historias. Pero algún día, se las voy a contar.

La vieja usina de Coghlan es un edificio enorme; para nosotros, en ese momento, gigantesco. Fue construida por una empresa de ferrocarriles en 1929, cuando comenzaron a electrificarse las vías de los trenes. Al pasar los años, la usina dejo de servir para su propósito original y fue abandonada por sus trabajadores. Y ahí la encontramos nosotros… en toda su inmensidad.

- Bueno, hacemos esto y después basta. Cortémosla con las pendejadas- dijo Martín.- Esta tiene que ser nuestra despedida de la primaria.
- Nos queda entrar a una casa abandonada- murmuró Pato.
Entremos- Bruno fue el primer valiente en intentar trepar las rejas de corte inglés que rodeaban el edificio, Diego lo detuvo.
- Esperen… tengo una idea. ¿Y si inventamos un juego dentro de la usina?- propuso Diego.

Todos pensábamos que sería una idea interesante.

Fue el día que inventamos la “escondida hormiguero”, un juego que volvimos a jugar con el correr de los años en diferentes ocasiones. Lo bueno de la “escondida hormiguero” es que, como verán mas adelante, no se necesita tener 12 años para jugarla.

Pero claro, ese día no lo sabíamos.

Era una hermosa tarde de verano, ni una nube en el cielo.

Eran las 15.30 cuando cada uno de nosotros fue saltando las rejas de la vieja y abandonada usina, dando por fin, inicio a nuestra primer "escondida hermoguero".

En ese preciso instante, el cielo se nubló.