viernes, 29 de mayo de 2009

Primeros besos y albedríos

Lo peor, ahora que lo pienso, no fue haber caído encima de Sandra. Lo peor fue que, cuando intenta levantarme, choque con el codo de una chica que pasaba por ahí, haciéndo caer el vaso de gaseosa que ella llevaba sobre mi remera blanca.

La secundaría, además de ser el infierno de cualquier adolescente que no sabe que hacer con su vida, es la época en donde reina el libre albedrío de apodos. Yo, por suerte, tuve solamente 3. En tercer año fui “Nenita”, luego de aquella siniestra audición para Cats. En 5to tuve dos apotos. Durante la segunda mitad de aquel año fui “Pildorita” (historia que algún día contare, como todas las que quedan en el limbo de cada relato). Lo que importa en realidad, es que durante el primer semestre, luego del incidente de la Fanta sobre mi remera blanca fui “Naranjito”. Podría ser peor.

No, en realidad no. No podría ser peor. Ahí esta yo, frente a ella, con mi remera mojada y naranja. ¿Qué iba a hacer? ¿Salir corriendo? Claro, por supuesto. Y tenía que hacerlo ya mismo, antes que las amigas de Sandra asesinen mi orgullo con tantas risas.
- ¿Te lastimaste?- preguntó Sandra en el momento exacto que yo pensaba en correr a buscar una bolsa de papel madera y hacerle dos agujeros para poder ver cuando la usara para salir a calle al día siguiente.
- No.
- Che, no se rían que es mi vecino- les dijo, muy seria, a sus amigas.
- Esta bien, mis amigos también se estarían riendo.

Nos sentamos a un costado, cerca de sus amigas, mientras bailaban. Cuando las luces se encendieron, nos dimos nuestro primer beso.
- Mi mamá me viene a buscar. ¿Querés que te llevemos hasta tu casa?
- Voy a ir al Pumper Nic con los chicos. Tengo permiso hasta las doce y media- le respondí.- ¿Queres venir con nosotros? Yo le pregunto a tu mamá si te deja.

Convencer a la mamá de Sandra fue fácil. Era el vecino de “la casa de rejas negras”. Si… la casa que esta pegada a “la puerta azul”.

Sandra fue mi primera novia. Y la primera en muchas cosas, también.

Seis años después de aquel beso, Sandra -haciendo uso del libre albedrío del amor- se fue diciendo “no te quiero más". Aunque la historia final fue bastante más complicada que eso.

Y si, fueron seis años.

Eso mucho tiempo.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Planetas en carambola y papelones universales

No es que sea un tipo -en esencia- papelonero. Lo que sí no se puede negar es la facilidad que tengo para que los planetas se coloquen en una carambola catastrófica. Por suerte, los astros celestes de mis desastres cotidianos no se forman en línea muy seguido. Puedo recordar tres momentos desastrosos que marcaron mi vida. Los tres, por suerte o desgracia, ocurrieron antes de cumplir los 20 años.

El primero en llegar llevara el nombre de “El disfraz de monito”. Me dedicaré de lleno a relatar esta triste anécdota en los próximos días, ya que me extendería demasiado. Es una historia generacional que abarca mis 11 años, mis 36 años y algunos vivencias personales que hacen a la totalidad del conjunto.

“La nenita que canta” es mi segundo papelón, momento caótico que deseo olvidar y ocurrió en 3era año durante las audiciones para el musical Cats. Mrs Boomer, nuestra profesora de música, repartió las canciones para audicionar de la siguiente manera: las pistas musicales de Cats entre sus alumnos preferidos y las canciones de otros musicales entre los que -según ella- sólo queríamos librarnos de horas de clase durante los ensayos. No se equivocó conmigo.
- ¿Qué vas a cantar, Pablo?- me dijo con una sonrisa maldita, disfrutando el momento.
- Tomorrow... Musical: Annie- aclaré mi garganta mientras Mrs Boomer buscaba la pista grabada de música. La canción comenzó. Y yo canté.
- ¿Podes buscar un agudo?- me dijo Mrs. Boomer.
- Mañana... te quiero...- busqué el agudo.- Mañana... me falta... un día para llegar. ¡Si! ¡Mañana! ¡Te quiero! ¡Mañana, me falta...!
- Gracias, Pablo.
Salí de la sala de música cruzandome con la profesora de física, la señora (le teníamos que decir así, “señora”) Helena Marie Smitrovich que se acercó y -delante de todos mis compañeros y otros alumnos- me preguntó.
- Pablo, ¿quién es la nenita que estaba cantando recién?
- Yo, señora- murmuré.
- ¡Que agudos, Pablito! ¡Divino!- y se fue. Las risas no tardaron en llegar.
- ¡Chicos, la nenita que cantaba era Pablo!- gritó el Colorado Mattiuzi en el medio del pasillo, y siguieron riendo.
Fui “la nenita que canta” para toda la clase durante casi una semana. Cortesía del Colorado Mattiuzi y la vieja Smitrovich que se preocupaban por recordarme mis grititos de nena (el primero) y mis agudos poderosos (la segunda). Todo esto terminaría una semana y media más tarde, en un recreo largo, cuando el Colorado me arrinconó contra el Bufete del colegio para robarme 2 pesos y comprarse un alfajor y una gaseosa. Además de los dos pesos, se llevó de recuerdo un ojo morado. Yo quede con el recuerdo de las peores trompadas que recibí en mi -corta- vida. Pero esa es otra historia.

Lo que nos lleva a “Piernas de manteca”, suceso extraordinario que ocurrió la tarde que SandraMuchoTiempo y yo coincidimos en la pista de baile de Starlight. Hice exactamente lo que había dicho Martín: bailar. Y Sandra hizo exactamente lo que Martín dijo que iba a hacer: me sonrió y se acercó a bailar frente a mí.

Ocurrió cuando intenté bajar los dos escalones hacia la pista de baile. Ocurrió que eran tres escalones y no dos. Ahí iba yo -en otro de mis exitosos intentos hacia el estrellato de mis papelones universales- en caída libre, directamente sobre SandraMuchoTiempo.

lunes, 25 de mayo de 2009

Nadando con tiburones sin dientes

La matineé de Starlight no estaba nada mal aquella tarde. Entramos con los frees de Sandra y nos quedamos mirando la pista un rato largo. A pocos metros, Sandra bailaba con sus amigas y me sonreía.
- ¿Vieron como me esta sonriendo?- dijo Martín.
- Creo que lo esta mirando a Pablo, Martín- sentenció Patricio.
- ¿Te gusta la vecinita, Pablo?- Martín, empujándome sobre una de las columnas. No dije nada, tenía miedo de los chistes que eso podía traer y realmente tenía ganas de pasarla bien. Y pasarla bien -en ese momento- implicaba ver a Sandra bailar y pensar que esa sonrisa era mía.
- A Pablo le gusta la vecina hace semanas- dijo Patricio.
- Callate, boludo- le grité.
- ¿Te gusta Sandra?- me preguntó Martín.- Entonces anda y decile algo, tonto. Encarala, a mi me gustan todas, me da lo mismo.
- No se que decirle, Martín.
- Entonces, quedate acá y baila. Esto es así: si le gustas, ella va a venir bailando hasta acá, y se ve a quedar a bailar delante de tuyo. Las minitas son así. Y listo, si viene, le hablas.
- ¿Y que le digo, Martín?
- Ay, que boludo- Patricio, golpeándose la frente con una mano.
- Callate, que todo esto es culpa tuya.
- Si yo no le decía a Martín que a vos te gusta Sandra, ibas a estar toda la noche llorando apoyado en la columna como un tarado. O peor, ibas a salir del boliche y te ibas a comprar una Bolskaya de frutilla y te iba a encontrar borracho en la puerta de mi casa a las doce de la noche- dijo Patricio.

Todavía no les presente a Patricio. Bueno, Patricio es... mi mejor amigo, punto.

- Patricio tiene razón, Pablo- reía Martín.
- Decile que le tiene que decir a la vecina- Patricio le tocó el brazo a Martín.- Yo me voy con los chicos, los entretengo un rato así no vienen acá y este boludo no piensa que lo estamos espiando- y -en un gesto de nobleza infinita- se fue a la barra.
- Pablo, lo único que tenes que decirle son cosas lindas.
- ¿Qué cosas lindas?
- ¿Qué cosas lindas le dirías?- suspiro Martín.
- No se...- pensé.- Que es linda... que me gustan sus ojos, que me encanta como le brilla el pelo con las luces de acá... que...
- Para, para, para... ¿Sos boludo, no?- Martín, me miró fijo.- No, Pablo, eso no le digas. ¡Dios! Va a pensar que te queres poner de novio... ¿Sos tarado?
- No se qué decirle entonces...
- A ver... decile... Decile esto: “me encanta como bailas” y después, bailas con ella.
- ¿Y cuándo la beso?
- No podes ser tan estupido. ¡Pareces Richard!- Martín me pegó un cachetazo.- Mirame bien: “me encanta como bailas”, te pones a bailar con ella y todo lo demás se da solo. Chau.

Martín se fue y yo me quede rodeado de una multitud sin nombre. A pocos metros, estaba ella. Y yo estaba a pocos minutos de ejecutar el tercer papelón más grande de mi vida.

Es un hecho.

viernes, 22 de mayo de 2009

Paula Miano (El Músical)

En 1er año devoramos su apellido con una batería de chistes fáciles. En 2do año el Colorado Mattiuzi le tocó el culo, y ella devolvió la cortesía con un cachetazo.

A mediados de 3er año, Paula ganó un concurso que organizaba nuestro Colegio para protagonizar una obra de teatro. La mayoría de estas “plays” eran musicales (The sound of music, That’s entertainment, Les misrerables, Fiddler on the roof, etc.). En este caso, los chicos elegidos iban a formar parte del elenco de Cats.

Las audiciones revolucionaron el Colegio. Nos presentamos todos, solamente por la esperanza de ahorrarnos un par de horas de clase a la tarde. La idea de no ir por un mes y algo a Gimnasia, Geografía e Historia (las dos últimas en inglés) logró que estuvieramos días enteros practicando posturas felinas y hablando como Demeter, Grizabella, Mr Mistoffelees, Bustopher Jones y Macavity; entre otros. La realidad es que gatos había miles, pero nuestro plan era agarrar un protagónico o secundario con letra. No queríamos ser los “gatos de relleno” porque solamente tenían libre un día de la semana y ensayaban los sábados. No nos servía, queríamos horas libres en la semana. Con semejantes pretensiones y cantando todos para el orto, por supuesto que no quedó nadie. Excepto Alejandro y Mariana Pizza que bailaron muy bien y quedaron como Jellicle Cats (gatos de la tribu, de relleno).

Paula Miano ganó el papel de Grizabella.

En Cats, el destino del mundo felino se decide en un basural. Se presentan allí todos los gatos de la ciudad para que el más viejo de la especie decida cuál de ellos es merecedor de tener la oportunidad de una nueva vida. Llegan todos son sus vidas (todas ellas) agotadas, pero buscando una chance para torcer el destino y vivir nuevamente. Ahí llega Grizabella, una gata que cuando era muy cachorra perdió “la esencia única” (ni idea qué será esto, pero para los gatos era importante); es decir, lo que la iba a diferenciar de los demás gatos. A partir de entonces, Grizabella -habiendo perdido todas sus vidas- lo único que quiere es ser aceptada por los de su especie, dejar de ser la gata marginada y tener la oportunidad de renacer en una nueva vida.

¿Adivinen que gato ganó la oportunidad de tener una vida nueva?

Sí. Grizabella.

Y si eso no fue una señal... el mundo no tiene un poco “así” mística.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Tardes por Cabildo a los 17

Mi vieja y Pilar se ocuparon enseguida de sacarme todas las dudas sobre la chica de la puerta azul. Se llamaba Sandra, su mamá era docente en la Escuela 24 (cerca del CBC de Drago), tenía una hermanita de 5 años llamada Noelia, y cursaba el secundario en el Reconquista.

Lo importante es que me enamoré. Sin conocerla demasiado, sin pedir demasiado. Cuando nuestros caminos se cruzaban mi corazón saltaba.

Un día, Pilar me contó que la había visto en la Galería Churba (en Cabildo y Juramento) dos sábados seguidos.
- A las 6 de la tarde, mas o menos. Seguro esta parando ahí con sus amigas antes de entrar a bailar- me dijo Pilar con aire detectivesco.

El sábado siguiente les dije a los chicos que me acompañen a ver unas remeras en uno de los subsuelos de Churba. Estuvimos girando por los pasillos durante un tiempo prudencial, y entonces la ví.

- ¿Vas a bailar?- me dijo.- Tengo entradas para Starlight, si quieres- me ofreció con una gran sonrisa.- Eran para unos compañeros del colegio, pero no creo que aparezcan. Si las queres, son tuyas. Son free.

No hubo mucho que pensar. Entradas gratis, Sandra, amigas de Sandra, mis amigos contentos. Nada podía salir mal esa noche.

- Hola, me llamo Martín- dijo el pequeño demonio del levante en qué se estaba conviertiendo Martín.- ¿Así que vos sos la vecina de Pablo? Sos muy linda.

Bueno, casi nada.

lunes, 18 de mayo de 2009

La Lista (según Martín)

Cuando el Colorado Mattiuzi le tocó el culo a Paula Miano no supo que desencadenaría un juego tan mortal como trascendente. La Lista que mencionaba el Colorado estaba llena de tocadas de culo, apoyadas en colectivo y manotazos agitados en las escaleras del colegio durante el recreo largo. Esa era su “lista”. Martín subió la apuesta.

- No puede ser que el colorado haya tocado más culos que yo- dijo Martín una noche algunas semanas después del incidente en la pista de atletismo.

Les presento a mi amigo Martín. Nos conocemos desde 5to grado, compartimos la primaria y secundaría. Y después, la vida. Martín se convirtió en el alma del grupo, el generador de las llamadas para encontrarnos a cenar, para las salidas, el organizador de las vacaciones. Es el primero en llamar en los cumpleaños, y en avisar a los demás que “dentro de dos días cumple tal, no te olvides de llamarlo”.

Viendo nuestros años de amistad como una clase de Biología sobre el cuerpo humano llegamos a las siguientes conclusiones. Diego es el músculo y la pasión. Richard es la parte racional. Y dejo de lado a Gabriel, Patricio, Alejandro y Agustín, porque todavía no es el momento de volverlos locos con esto. Entonces, Martín -sin dudarlo- es el alma del grupo. Es lo que nos mantuvo unidos desde 5to grado, lo que forjó años y años de amistad. Pero además de tener ese corazón a prueba del tiempo y el espacio, Martín siempre fue el más fachero de todos nosotros. ¿Brad Pitt en Troya? Ese es Martín. Por eso, había cosas que no podía soportar. Ni siquiera a los 14 años.

- No puede ser que el Colorado haya tocado más culos que yo- dijo Martín.
- Es un desastre el Colorado, Martín- fue lo único que pude decir.
- No se si esta bien estar tocando culos por ahí. ¿Vos viste el cachetazo que le dio Paula? Además, lo podrían haber rajado de la escuela- elaboró Richard.
- ¡Si, pero toco un culo!- repitió el pequeño Brad Pitt.
- Igual, Paula es toque fea, eh- dije.- No es para tanto.
- ¡Salgamos a tocar culos por Cabildo!- gritó Martín mientras se acercaba al teléfono.- ¡Voy a llamar a los chicos!
- Mi vieja no me deja ir a Cabildo- una sombra cruzo la cara de Richard.
- Vamos unas horitas a las galerías. Por Recamier o Churba. Imaginate, en Churba no te agarran más.
- Para, Martín- me dio un ataque de risa insostenible.
- ¿De qué te reís? Vamos, tocamos culos, y anotamos en la lista...
- ¿Cuál es el chiste? Me parece re aburrido eso- boicoteaba Richard.
- Es porque nunca tocaste un culo, Richard.
- ¿Y vos? ¿Cuántos tocaste, Martín?- le preguntó Richard.
- No se...- pensaba Martín, silencio incomodo.- Pero me quiero poner de novio.
- Tocando culos nunca te vas a poner de novio. Eso no les gusta a a las chicas. Ya viste como le quedo la cara al Colorado. Tiene que agradecer que no le pusieron amonestaciones- dijo Richard.
- Entonces cuando me ponga de novio, empiezo una “lista” con todas mis novias- concluyó Martín.
- ¿Novias?- pregunté.
- Novias, besitos, tocadas de culo, apoyadas. Todo va a la lista, pero principalmente novias. Y jugamos todos- explicó Martín.
- Eso me parece más tranquilo- suspiró Richard.- Así por lo menos no estas pensando en tocar culos todo el tiempo, también podes pensar en ponerte de novio.
- Claro- en aquel entonces, no era una mala idea.
- ¡Genial, entonces voy a llamar a los chicos y les cuento así participan también!

Martín todavía no lo sabía, pero las chicas siempre se fijaron en él. Ergo, un mes más tarde, fue el primero del grupo en ponerse de novio. Y eso fue lógico (para Richard) y predecible (para mí). Balance natural, le dicen.

viernes, 15 de mayo de 2009

La chica de la puerta azul

Unos días antes de mi cumpleaños número 17 caminábamos con Martín por Monroe hasta mi casa. Faltaba muy poco para nuestro viaje de egresados y la mayoría de nuestras conversaciones giraban en ese sentido. Excepto aquella tarde.

- Pablo, ayer cuando te pase a buscar, ví salir a una chica de la casa de la puerta azul.
- ¿Si? Hubo mudanza hace poco, seguro son los nuevos vecinos- por aquella época yo estaba más interesado en saber todas las películas que había dirigido Steven Spielberg después de E.T., así que no tenía ni idea de qué me hablaba.
- Boludo, ¿cómo no dijiste nada?
- Porque todavía no la conocí, que se yo, Martín.
- No te puedo creer. Sos un desastre, Pablito. Esta buenísima.

Esto era un problema. “No saber dónde viven y qué hacen todas las chicas del barrio" era casi un pasaje de ida al suicidio social. Llegamos a casa y la puerta azul se abrió.

Hasta ese momento yo ni siquiera sabía el "tipo" de chica que me gustaba. No tenía un estilo definido. Por ejemplo, a Martín siempre le gustaron las morochas con buen culo. Yo, por mi parte, no tenía idea... hasta que la puerta azul se abrió.

Mi nueva vecina tenía el pelo muy negro y lacio, ojos marrones claritos, linda sonrisa y algun que otro detalle interesante. Pero era morocha y tenía buen culo, por lo tanto, la mirada rapaz de Martín la seguía con desesperación.

- Hola- la salude mientras entraba a mi casa.
- Hola- ella respondió mi saludo y siguió su camino.

Nos quedamos con Martín -en silencio- mirándola desaparecer en la esquina. Ella sabía que nuestros ojos eran suyos en ese momento.

Con ustedes… Sandra MuchoTiempo.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Contando todo mal

El recuerdo se vuelve traición. Me doy cuenta que –en este relato cósmico- voy y vengo generando vacios importantisimos. Entonces, nadie va a entender porque me afectó tanto que Jorgelina Pecas haya dejado de llamar. Porque para entender realmente todo, tendría que contar todo. Y todo, es demasiado.

Conocí a Jorgelina Pecas el mismo día que viajaba a Brasil, me rompió mis lentes, le rompí su vino. Semanas más tarde, le regale una botella para intentar un acercamiento por una sencilla razón. Estaba refuerte y yo siempre fui un caradura. Siempre tuve en claro que las minas no iban a venir a buscarme por mi linda cara ni mi físico privilegiado. Asi que fui derecho a los cachetazos. Funcionó. Jorgelina se quedó pero yo la espanté. Esperé dos semanas y la llamé.

- En realidad, Pablo, no esta bueno que sigamos juntos. No somos nada, nos vemos con todo el derecho a roce del mundo, pero seguimos sin ser nada. Y yo quiero algo más. Sos un buen pibe, pero te cerras demasiado. O es que simplemente te chupa todo un huevo, que no queres estar de novio con nadie. Y la verdad que sin compromisos no me sirve, porque se que voy a terminar enganchada. Y vos no te involucras- me dijo.

Con estas palabras, Jorgelina Pecas desapareció de mi vida por un tiempo bastante largo. Con sabor a poco, pero con una personalidad terrible, directa y frontal.

Años más tarde, aprendí que el verdadero amor trae de la mano un total conocimiento del otro; de una presencia inmaculada, que poco a poco se abre más hacia nosotros. Que una cama compartida es tener que ceder el lado derecho, que uno duerme dos horas más que el otro y que -sorpresa- su ropa interior es horrible, pero nos encanta.

Pero para aprender eso, todavía faltaba demasiado tiempo.

Aquella noche, cuando me quedé solo en mi departamento, supe que el lado izquierdo de la cama era mío... pero que no iba a estar acompañado.

lunes, 11 de mayo de 2009

Pecas, encuentros y la regla de oro

Lo genial de Jorgelina Pecas es que nunca se quedaba a dormir. Pero, como la dicha es corta, no pude evitar darme cuenta que la quinta vez que vino a casa, se acomodó sobre mi pecho con una clara intención. Quedarse a dormir. Eso estaba mal, teníamos que hablar.
A la mañana siguiente, me desperté una hora antes y preparé el desayuno. Mate super dulce. Jorgelina llegó minutos después. Era el momento, y hablé.

- Soy un tipo autosuficiente, armado con un pequeño ejército de amigos y con amigas muy cariñosas- empecé sin preámbulos.

Le explique, en síntesis, que mi grupo de amigos/as esta formado por gente que conozco desde “salita azul”, primaria, secundaria, y incluso -con algunos- una carrera universitaria. Era el clásico tipo que se compra un paquete de M&M y no convida. Mis límites son mis límites, y nadie iba a entrar tan rápido. Le dije, también, que probablemente la mujer de mis sueños no iba a golpearme la puerta de mi departamento, y entrar a mi casa bailando un vals. Que los viernes son de mis amigos, ahora y siempre, y no se negociaban. Y que, sobre todo, era un tipo difícil.

Por último, la regla de oro: nunca introducir a ninguna persona a mi grupo de amigos, antes de los seis meses. Y si podía evitarlo, hasta los doce meses, mucho mejor.

- Todo me parece perfecto- dijo sonriendo.

Dicho esto, y aceptada las condiciones de nuestra relación (nuestros encuentros, lo que sea), nada podía salir mal.

Al mes, dejó de llamarme. Ahí empezaron los problemas.

viernes, 8 de mayo de 2009

El test de Cooper y el cachetazo nalguero

Aquella tarde (cuándo descubrimos que Paula Miano tenía un culo precioso) ocurrieron varios sucesos que -viéndolos en perspectiva- opacaron el descubrimiento de esa parte de la anatomía de nuestra compañera para la posteridad.

En la última vuelta, sólo quedábamos en carrera un par de chicos de otras divisiones, Gabriel, el Colorado Mattiuzi y yo. De las chicas, poco importa quién quedaba corriendo. Lo único que importa es que Paula Miano trotaba adelante de nosotros con ritmo pausado y seguro, media vuelta adelante.

- Creo que ya no entramos- dijo Gabriel caminando al costado.
- No entramos ni en pedo, seguro que ya cubrieron todo “fútbol”- dije pensando seriamente en llorar.
- La puta madre, no quiero anotarme en a “rugby”- puteó Gabriel mientras el Colorado Mattiuzi se apoyaba en mi hombro, jadeando.
- ¿Alguien sabe cuántos puestos quedan en “fútbol”?- dijo el Colo y en ese mismo instante, ocurrió el primer acontecimiento del destino.
- Che, ¿qué hace Patricio?- preguntó Gabriel.
- La V...- dije, caminando muy lentamente, mirando como Patricio levantaba la mano y hacia la letra V con sus dedos.- Claro... hace la V porque ya llegamos. La V de Victoria, boludo.
- No se, esta diciendo otra cosa..- murmuró Gabriel.
- Creo que dice que...- empezó el Colorado Mattiuzi.
- ... que quedan...- siguió Gabriel.
- ... dos lugares en...- no pude terminar la frase porque ocurrió el segundo hecho catastrófico de la tarde.
- ¡Putooos!- gritó Mattiuzi empujando a Gabriel a un costado de la pista de atletismo mientras que con la otra mano me tiraba hacia el borde de cal de la izquierda.
- La puta que te parió, Colorado- la furia de Gabriel, yo ya ni tenía fuerzas para gritar nada.

Lo único que hicimos fue correr. Los tres corrimos como si el mismísimo diablo nos estuviera pisando los talones. Nunca voy a olvidar aquella carrera desesperada. El Colorado Mattiuzi iba primero, tranquilo. Gabriel, segundo; y yo, por supuesto, corrí hasta que me temblaron las piernas. El tercer suceso fortuito ocurrió cuando Mattiuzi cruzó en picada el trote de Paula Miano -admiro ese culo por tres segundos- y le dio una palmada en un cachete. Le tocó el culo, vamos. El cachetazo nalguero tuvo el perfecto sonido de una latigazo, y fue acompañado por la risa nefasta del Colorado cruzando la línea y anotándose en “fútbol”.

Gabriel llegó segundo, pero eligió “Rugby” para no dejarme en banda. Ese fue un gran gesto. Yo llegué último, cosas que pasan.

Paula Miano le cruzó la cara al Colorado con el cachetazo más doloroso que vi en mi vida. Mattiuzi estuvo una semana con su mejilla rosada al rojo vivo, y la marca de dos o tres dedos tatuados. Pero ahora no importa.

Minutos más tarde, en el vestuario, Mattiuzi sacaba una hoja de su mochila y anotaba algo en silencio.
- ¿Qué haces, Colo?- le preguntó Martín.
- Boludeces...- dijo el Colorado Mattiuzi mientras terminaba de escribir en el papel “El culo de Paula Miano”.
- ¿Qué es?- Martín señaló el papel.
- Es una “lista”...- sonrió Mattiuzi.- ¿Querés que te cuente?

Y Martín dijo que “sí”.

Así empezó todo. Un juego que duró casi 20 años.

Por eso, el culo de Paula Miano fue lo de menos aquella tarde. Aunque ahora que lo pienso mejor, tal vez haya sido lo que desencadenó todo.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Entra Pilar (con Mica y Maqui)

Además de tener tres laburos todos los días de la semana, ser novio en preparativos de boda tiempo completo, hijo pródigo solamente por teléfono y los domingos, amigo de todos los viernes... también soy hermano. Y peor aún, soy tío.

Tengo tres hermanas, pero hoy les voy a hablar de una en particular. Se llama Pilar, es un año menor que yo, es la voz de la conciencia familiar y la más parecida -física, mental y emocionalmente- a mi vieja. Dura por fuera, corazón de sandia por dentro. Cuando tenía 20 años, Pilar apostó a formar una familia con el amor de su vida (ella creía). Embarazada de cuatro meses se fue a vivir en pareja, alquilaron un departamento en Coghlan (cerca de la estación). Fueron felices... un tiempo. Dos años, para ser exactos. A partir de entonces, Pilar endureció su corazón y luchó con uñas y dientes por darles un super futuro a dos torbellinos que me cambiaron la vida, el futuro perfecto que ella no pudo tener. Mis sobrinas Maqui y Mica.

La familia completa ayudó en la crianza de las dos pendejas como nunca. Mi vieja decidió que lo mejor era enviarlas al colegio donde había enviado a sus cuatro hijos. Un doble escolaridad, inglés, francés, italiano, miles de deportes, drama club, una fortuna. Mis hermanas y yo ayudamos a Pilar en lo que pudimos mientras ella se dedicaba a laburar, estudiar, y ganar audiencias de tenencia, visitas y cuotas de alimentos. Y así, durante años.

Claro que eso fue hace mucho tiempo. Ahora, Maqui y Mica ya están grandes. Demasiado grandes... 16 y 14 años. Ahora las cosas cambiaron.

- Tío, ¿cuántos años me faltan para terminar de estudiar?- ayer me preguntó Mica, la más pequeña, mientras yo estaba corrigiendo un par de notas tirado en el sofá del living
- Uhmm- le respondí buscando mi almuerzo, apoyado en la mesa ratona. Un sándwich de jamón crudo y queso.
- ¡Tio!
- ¿Uhmm?
- ¿Cuántos años me faltan para terminar de estudiar?
- No se, Mica. En mi época eran 7 de primaria y 5 de secundario; o 6 si querías ser carpintero o electricista.
- ¿Qué?
- A esos colegio les decían Industrial. Ahora creo que hay un invento llamado EGB, que vendría a ser lo mismo, pero mas años de Primaria, y menos de Secundaria, pero en proporción sería lo mismo. Si.
- No entiendo.
- ¿Qué no entendés?- para mí estaba todo clarísimo.
- Lo que yo quiero saber es, ¿cuándo voy a tener que dejar de estudiar Ingles?
- Ah, no. Eso no va a pasar nunca, porque tu abuela y tu mamá te mandan a un colegio supercheto de Villa Urquiza. Es decir, nunca vas a dejar de estudiar Ingles.
- Pero...
- ¡Nunca!- risa de loco.
- Tío, tengo otra pregunta...- tiró una de sus mejores miradas tiernas.
- ¿Cuál?- no pude resistirme.
- Y a vos... ¿cuánto tiempo te falta para casarte?- Mica sonrió y se fue dejando el eco de una macabra carcajada retumbando en el living como si fuera un trueno del mismo infierno. Y la metáfora, en este caso, no es aleatoria. Creanme.

lunes, 4 de mayo de 2009

Copas y aguas (muy) profundas

Jorgelina Pecas se mostró sumamente agradecida por el vino, ya verán por qué.

- ¿Estabas durmiendo?- me preguntó con una sonrisa (se los aseguro) realmente encantadora. Tenía la mezcla de timidez con una mirada felina que se conocía todos los artilugios de la seducción.
- Si- respondí.- Llegue hoy de Brasil.
- No voy a comprarte lentes nuevos- volvió a sonreír, agitando en un vaivén la botella de Mónica di Sardegna.
- Ya sabía. No esperaba tanta cortesía.
- ¿Cenaste?
- Me acabo de despertar.
- ¿Vino y hamburguesas de MacDonald's?- propuso.
- Es una propuesta un poco berreta.

La invite a entrar, mientras me vestía con algo mas decente que un jogging viejo y una remera con treinta y dos agujeros. Dejamos el vino sobre la mesa y fuimos caminando hasta el MacDonald's de Triunvirato y Monroe. Compramos algunas hamburguesas, y llegamos a casa. Básicamente, esperando el ascensor, lugar donde comenzó todo.

- ¿Tu casa o la mía?- le dije, y agregué.- Siempre quise decir eso.
- Te estabas muriendo por decirlo. El vino quedó en la tuya, así que por mí esta perfecto.

Me encanta ser local.

Cenamos hablando de todo un poco, a las 23.30 ya conocíamos lo básico para poder avanzar a la fase dos. Esto es, buscar el momento exacto para poder decirle que esa noche nosotros íbamos a estar juntos en mi cama. Era obvio, venía regaladísima. Los hombres somos muy básicos a la hora de elaborar conjeturas sobre las mujeres; pero Jorgelina Pecas era algo especial.

- ¿Qué opinas del "sexo ocasional", Pablo?- me dijo sin anestesia.
- ¿La verdad?- termine de un trago mi copa de vino.- Me enamoran los detalles: una sonrisa, una buena mirada, un buen culo... algunas pecas.
- Claro, boludeces que suman- me respondió mirándome fijamente.
- No podría “estar” con una mujer "ocasionalmente" si algún detalle de su persona no me enamora.

Media hora después, mi teoría de "enamoramiento detallado", se contrastaba con un genial trabajo de campo dentro de mi habitación. La luz de la luna iluminaba su cuerpo desnudo y las pecas de su espalda brillaban. Lo juro, brillaban.

viernes, 1 de mayo de 2009

Un mundo de mierda

Richard le dió 100 pesos al taxista para que no llame a la policía y Diego le dio 100 trompadas a Tipito. Punto. Tipito se fue corriendo, y Lucinde se quedo con nosotros, llorando.

Lo que le sucedió a Lucinde fue algo horrible. En la confitería de la terminal nos contó todo. Tipito la encerró en su departamento y no la dejó salir. La primera noche fue hermosa, nos dijo. La segunda noche, Tipito la violó. Y la tercera, y la cuarta. Esas cosas pasan, y son una mierda. Aquel día a la mañana, Lucinde junto toda su fuerza, le pegó un botellazo a su secuestrador y escapó llevándose su agenda, sus documentos y algo de plata. Tipito la siguió hasta la terminal.

- ¿Por qué no querés ir a la policia?- le preguntó Richard.

Porque ya tenía demasiado. Viajó por amor a un país que no conocía y encontró el revés de la vida. Eso pasa cuando nos rompen las ilusiones, cuando la esperanza se quiebra, cuando un loco asesina la ilusión. Lo único que quería Lucinde era irse de Buenos Aires, irse y no volver nunca más. Tenía moretones en los brazos y en las piernas, casi en lugares donde nadie se fijaría. La tercera noche de encierro perdió un diente de un golpe que recibió contra el respaldar de la cama. Entonces, ante tanta verdad, es lógico creer que en lo único que podía pensar Lucinde, eran en irse, en volver.

Patricio compró una remera y un pantalón en un negocio de la terminal. Por mi parte, insistí en llevarla a mi casa -y regalarle una noche de tranquilidad- pero ella no quería.

- El próximo micro a Brasil sale en media hora. Hay pasajes- dijo Patricio.
- Tendríamos que avisar a la policia. Vos sabes donde vive Tipito, Lucinde- especuló Richard.
- Se quiere ir, Richard, no le rompas más las bolas- respondió Diego.
- Esta mal, Diego. El tipo la violó… esto esta remal.
- ¿Qué hacemos?- preguntó Patricio.
- ¿No querés venir a casa, Lu? Ahí esta mi vieja, mis hermanas… podes dormir tranquila una noche- insistí una vez más.
- Me quiero ir a casa, quiero irme a casa- dijo Lucinde en un llanto cortado.

Juntamos el dinero del pasaje entre todos. Lucinde se internó en un baño público y regreso vestida con ropa limpia. Sobre todo limpia. Le dimos un poco más de dinero, gastos que surgieran durante el viaje. Nos abrazó llorando a todos. La despedida fue triste, muy triste. Cuando el micro salía de las plataformas, Lucinde bajo la mirada y no volvió la vista. Yo tampoco lo hubiera hecho.

- ¿Alguien tiene un cigarrillo?- pregunté.
- Internet es una mierda- dijo Patricio mientras me ofrecía un Philip.
- Tendríamos que haber ido a la policía. ¿Ustedes se dan cuenta que dejamos que se vaya un chabón que esta loco, enfermo y que le puede hacer eso a cualquier otra mujer?- murmuró Richard.
- ¡Cortala con eso, Richard! Ya esta, la negra quería irse. No somos héroes de nada- gritó Diego.
- Ese tipo no se olvida más de nuestras caras, Pablo. Tenemos que hacer algo- Richard tenía miedo.
- Internet es una mierda...- volvió a decir Patricio- Ricardo no pienses más. Ya esta, hicimos esto, hicimos lo que pudimos. Hicimos algo bueno- caminamos en silencio, aunque todos podíamos sentir la cabeza de Richard tejiendo posibilidades imposibles.
- Che, Pablo, habría que presentarle a Tipito a… ¿Cómo se llamaba la loca esa? Dame fuego- Diego buscando sin éxito su encendedor.
- ¿Qué loca?- pregunté.
- La loca… la loca esa que conociste por chat…- insistió Diego.
- ¿AnaSesina?- dije, haciéndome cargo del recuerdo.
- ¡AnaSesina! No me acordaba como se llamaba… Harían linda pareja- sonrió Diego.
- El mundo esta lleno de locos- dijo Richard.- Internet más.
- Internet es una mierda- dijo Patricio, una vez más.

Dos veces en mi vida tuve miedo de verdad. La segunda fue con Tipito. La primera con AnaSesina… pero esa, esa es otra historia.

En el auto, Diego encendió la radio.

- Que buen tema- dijo Richard, y nadie se lo discutió. Volvimos a casa sin decir una palabra. Y eso no estuvo mal.