viernes, 29 de enero de 2010

Cruel summer

Por aquella época -la época de nuestro último verano barrial- Martín intentaba forjar esa alianza inalterable que todavía nos une, intentaba vincularnos. Y crear vínculos no es fácil, pero cuando uno es chico, uno encuentra causas comunes a montones. Martín fue el primero en darse cuenta que me gustaba Nuria Vainilla, la hermana mayor de Bruno. Aquel verano, teníamos todo tan controlado que casi controlábamos el viento. Martín –además de ser el más lindo del grupo- tenía ese particular don de darse cuenta de “cosas”.

- Te gusta Nuria, Pablo- me dijo un día mientras acabamos nuestro aburrimiento en los juegos muertos de la Estación Coghlan.
- Vos tendrías que haberla visto entrar a lugar de muertos del Pirovano- confieso que podría haber dicho simplemente “morgue”, pero me sonaba mejor “lugar de muertos”, sumaba a la imaginación de Martín.
- Es linda.
- Si, es linda- suspire, y cambie de tema.- ¿Juntas figuritas del Cuerpo Humano?- El álbum de figuritas del Cuerpo Humano era el tema de conversación, cuando nuestras charlas morían. Sobre todo la figurita más difícil, de eso se trataba.
- Dicen que al Colorado Mattiuzi le tocó la antorcha- murmuro Martín.
- No te creo- dije, mirando el piso, mientras llegaba el tren de Belgrano R.

La antorcha, la figurita más difícil de ese álbum. En las páginas centrales había cuatro siluetas humanas: un esqueleto, un diagrama de músculos, uno de órganos (aparato digestivo y respiratorio) y la del atleta olímpico sosteniendo una antorcha. La antorcha venía troquelada de forma tal que una vez pegada al álbum completo, se podía cortar el brazo del atleta, ir al kiosko más cercano y cambiar esa figurita por un casete con una clase de biología grabada. Divertisimo. Bueno, no nos juzguen, ya estamos cansados de intentar de llenar el de los Dukes de Hazard. Nunca nos tocaba el General Lee metalizado y autoadhesivo. El álbum del Cuerpo Humano, como dije, fue una opción para matar el aburrimiento.

- ¿Que hacen acá?
- ¡Nuria!- saludo Martín.
- Hola- Nuria nos saludo con beso sopapa a los dos.- Vengo de Churba, me fui a comprar una remera... Che, ¿alguien junta de estas figuritas? Me las dieron cuando compre cigarrillos- lo que más nos sorprendió no era que fumase sino el sobre con figuritas del Cuerpo Humano que sostenía frente a nosotros.
- Pablo...- me señalo Martín, y Nuria me dio el sobre.
- ¿Y, no lo vas a abrir?- sonrió, con sus labios color frutilla. Como si lo hubiera ordenado, rompí el papel cuidadosamente y fui pasando las figuritas una a una, hasta completar mi desazón. No estaba “la antorcha”.
- Me tengo que ir- dijo Martín.- Tengo que acompañar a mi vieja al super. Después vuelvo... ¿Van a estar acá?
- Si...- guarde las figuritas repetidas en un bolsillo de mi pantalón.
- Voy para casa... ¿me acompañas? De paso, buscas a Bruno- me propuso Nuria.

No hable ni una palabra durante las primeras tres cuadras. Me ponía nervioso caminar con una chica tan linda. A Nuria parecía no importarle, me hacia sentir muy cómodo. Le agradecí silenciosamente, el intento de generar conversación.

- ¿Así que te vinieron todas repetidas?- preguntó.
- Si.
- ¿Cuál es la más difícil?
- La “antorcha”. Es la única que me falta, pero ya no se si quiero seguir gastando plata en sobres, no sale más- intente parecer lo más maduro posible, por supuesto.

Llegamos a la puerta de su casa, cuando Bruno sacaba su bicicleta. Nurio me dio un beso y nos despedimos.

Dos días después, Bruno se apareció en Coghlan con un sobre de correo.

- De parte de mi hermana- me dijo.- Una amiga la invitó a Mar del Plata y se fue hoy a la mañana, me dejo esto para vos.
- ¡No te puedo creer!- grite cuando abrí el sobre.- ¡La antorcha!- ahí estaba, la figurita más difícil, metalizada y autoadhesiva.

Ese verano, el último verano antes de empezar la secundaria, todavía nos prometía un montón de historias. Algunas chiquitas, otras enormes, algunas sin sentido; pero sin dudarlo, aquel regalo fue lo mejor que paso. Me sentí importante, y sobre todo, sentí que alguien me escuchaba. Una chica, una mujer.

Nuria no regreso hasta que termino el verano.

Eso si que fue realmente una tristeza.

viernes, 22 de enero de 2010

Summer lady

La hermana de Bruno se llamaba Nuria -Nuria Vainilla- y tenía 15 años. Era hermosa; y además, víctima de las tristes vacaciones de nuestro último verano. Ella también padecía el aburrimiento de la siesta como nosotros.

- Listo- dijo Bruno sacando el Nesquik helado del congelador.- Bien frío. Ahora pensemos… ¿Dónde vamos?
- El otro día estaban velando a un viejito del asilo donde labura mi mamá.- la mamá de Diego trabajaba en un asilo de ancianos, cosa que a Diego siempre le había parecido un poco tétrica.- Fui a llevarle a mi mamá las llaves de casa, y no me dejaron pasar… “Sos muy chico”, me dijeron.
- Y claro...- me acordé.- A mi me paso lo mismo con mi abuelo, me mandaron a la quinta con mis primos, y cuando volví ya lo habian enterrado.
- Igual debe ser medio asqueroso ver un muerto… me da cosa, el “fertro”- murmuró Diego.
- ¿El qué? ¿No será el “feretro”?- lo corregí.
- El cajón donde ponen a las muertos- Diego terminó su vaso y estuvo unos segundos en silencio.- ¡Bien! Entonces ya sabemos lo que tenemos que hacer… ¿Nos metemos en la morgue del Pirovano?
- ¡Ni loco!- dijo Patricio.
- ¿Por qué, no?- Bruno sonrió.- Prefiero que nos saquen a las patadas del Pirovano a quedarme sentado toda la tarde en las vías muertas de Coghlan.
- Los acompaño- nos sorprendió una voz detrás nuestro. Parada en la puerta de la cocina estaba Nuria, con sus labios color frutilla, sus mejillas rompiendo en un suave rojo y sus ojos celeste cielo.

Hacía mucho calor, y las ganas de discutir eran pocas. Bruno y Nuria disscutieron durante unos minutos, clásica pelea de hermanos que termino ganando Nuria. “Yo voy con ustedes o le digo a mamá lo que van a hacer. Además, le digo que fue idea tuya”, imposible decir que “no” a semejante argumento.

Salimos de la casa de Bruno rumbo al Pirovano. La idea era un poco horrible. Pero lo mejor de todo es que -no lo voy a negar- si ibamos a ir todos, era una idea terriblemente seductora.

Recuerdos ahumados, el olor a hospital, los pasillos fríos, puertas grandes y –sobre todo- la sensación de ser completamente invisibles. Nadie nos preguntó qué hacíamos ahí dentro. Tal vez, porque nadie se esperaba que hicieramos algo así. Encontramos el lugar luego de recorrer todo el primer subsuelo. Ahí estamos, todos frente a la puerta, en silencio.

- Bueno, ¿Y, entramos?- dijo Nuria. Ahí estamos, todos frente a la puerta, en silencio.- Ufffssss...

Nuria entró sola. Y salió un minuto o dos después, nosotros seguíamos en a misma posición: parados frente a la puerta en silencio.

- ¡Que cagones! Bueno, yo me voy a Coghlan. Entren, y no me mientan después; porque yo sí entré... y me voy a dar cuenta si me estan mintiendo. ¡Chau!- Nuria se fue.

Ahi estabamos todos -mientras ella se iba- todos frente a la puerta, en silencio. Así estuvimos durante un largo rato, hasta que un enfermero llamo a dos tipos de seguridad y -efectivamente como predestinó Bruno- nos sacaron a patadas de ahí. Amenazaron con llamar a nuestros padres, pero nosotros sabíamos que si corríamos lo suficiente eso nunca pasaría.

Encontramos a Nuria comiendo un helado de vainilla, cerca de las vías muertas de Coghlan. Nadie dijo nada. Todos sabíamos que si hablabamos, ella descubriría que estabamos mintiendo.

Esa tarde, cuando Nuría Vainilla entro a ese cuarto del Hospital Pirovano, me enamoré de ella.

viernes, 15 de enero de 2010

Those lazy hazy crazy days of summer

"Estoy aburrido". Esa frase es lo primero que escuchó en mi cabeza cuando me acuerdo de Bruno. Ese es el primer recuerdo que viene demoliendo todo como un péndulo de cemento. Agitando el horizonte, el primer recuerdo fuerte de Bruno.

Contrariamente a lo que diga la mayoría de mis amigos, Bruno existió. Sé que muchos van a negar su existencia, sobre todo Diego, y también Alejandro. Yo también fui (soy, a veces) un Bruno-negador, no les voy a mentir. Cuando “pasó lo que pasó” con Bruno, nos dividimos en 2 (o 3) grupos, los que defendían su existencia (Patricio y Martín), los que la negaban y a los que realmente les importaba muy poco la veracidad de los hechos. En el último grupo estaban Gabriel (le daba lo mismo la existencia de Bruno o no) y Agustín (directamente lo borró de nuestra historia grupal).

Mucho antes que nuestro grupo de amigos este formado -el vínculo, vino después, con Martín- éramos un conglomerado de desastres unidos con un solo fin común: matar el aburrimiento después de las 5 de la tarde. No les voy a negar, siempre tuve cierta envidia por esa gente que supo lo que era “la hora de la siesta”.

Durante el año de clases, la “hora de la siesta” era un espacio indeterminado entre las clases de inglés, Drama Club y música. Con la llegada del verano, cada uno se iba de vacaciones por un mes, dos meses. Con suerte llegaba alguna carta de Punta del Este, Córdoba o Mar del Plata. Para la gente como nosotros -chicos de colegio doble escolaridad- la “hora de la siesta” era un mito.

Sin embargo, todos recordamos el “último verano”. Aquel verano en Capital, nadie se fue de vacaciones. Habíamos terminado 7mo grado y nos quedaban 2 o 3 meses antes de empezar la Secundaria. Ese fue el “último verano”. Fue ese verano cuando descubrimos la “hora de la siesta”.

- Estoy aburrido- dijo Bruno y le tiro a Patricio un venenito de esos que caían de los árboles. Estábamos sentados en los alrededores de la Estación Coghlan.

Fue el “último verano”, el descubrimiento de la “hora de la siesta”. La creación de las verdaderas leyendas... Esas que forjaron personalidades y amistades, que crearon los códigos. El comienzo de todo, creo. No teníamos muchas opciones, éramos chicos “doble-escolaridad”.

- Estoy aburrido- repitió Bruno. Estábamos sentados en las vías muertas de la Estación Coghlan.

No me acuerdo que fue lo que sucedió primero. Eso es lo más raro, me acuerdo de todo, pero no de lo primero. ¿Qué fue lo que hicimos primero?

Pato propuso entra a la casa abandonada de Donado y la vía de Drago. Alejandro quería entrar a la usina eléctrica de Coghlan. Diego quería meterse en la morgue del Pirovano y ver un muerto.

- Estoy aburrido- dijo Bruno, incorporándose mientras esquivaba las vías muertas para salir de ahí.

Lo seguimos, de eso si me acuerdo muy bien.

Hay veranos que nunca se olvidan. Ese fue mi primer verano inolvidable.

jueves, 7 de enero de 2010

Rompan todo

A finales de 1991, cuando Bruno se fue a vivir a París me regaló el casete de Tango 4. Un discazo que -además de tener una estupenda versión en castellano de God only knows- fue el encargado de que nuestra amistad viviera un poco más. Cada vez que escuchaba alguna de las canciones de Tango 4, los recuerdos de Bruno me asaltaban. Esto fue hasta que los compact-discs se hicieron famosos, y escondí los casetes en un muchas cajas dentro del armario intocable. El nuevo soporte tecnologico mató los últimos recuerdos de Bruno… hasta ayer en el aeropuerto de Córdoba.

Tengo muy buena memoria, y esa no es ninguna novedad. Me acuerdo todo, por motivación externa o provocada por la necesidad de recordar algo. El problema no es recordar, son buenos los recuerdos. El verdadero problema es cuando los recuerdos nos asaltan, cuando la máquina de la memoria toma el control y me deja sin control. Este es el problema, y es algo que nunca mencioné en este lugar: el proceso previo a la generación del recuerdo. Ese es el problema.

La gente cree que estoy loco, no es la primera vez que me pasa. Me resulta imposible describir con exactitud lo que me sucede en el instante en que mi cerebro deja de funcionar y deja lugar para que mi memoria juegue. Una vez, Victoria le preguntó a mi vieja si eso era “normal”; por supuesto que mi vieja jamás se dio cuenta lo que me pasaba. Según mi señora madre, yo no tengo ningún problema solamente que “es un poco distraído a veces”. Bueno, “ese” es el problema. Pilar, en cambio, si sabía de lo que hablaba Victoria. Aquella tarde (hace un par de años), mi esposa le paso el detalle perfecto de mi situación a mi hermana. Pilar sonreía. Fue algo más o menos así.
- Baje a comprar una gaseosa al super de al lado, mientras Pablo ponía la mesa. Cuando subí lo encontré parado en la cocina con la mirada pérdida en la ventana, con los cubiertos en sus manos. Me llamo la atención que la canilla estaba abierta, y él no se movía. Me acerque despacio y lo mire, Pablo seguía sin moverse. Fue casi un segundo, pero me asusté… Entonces, parpadeó miró al piso y dijo “Fratelli”- Victoria y Pilar se rieron un buen rato de aquel cuelgue. Además, intentar acordarse cuál era el apellido de los hermanos malos de Los Goonies no es un problema.

El verdadero problema es cuando estos cuelgues me agarran con desconocidos; como por ejemplo, ayer en el aeropuerto de Córdoba, también conocido como Pajas Blancas. Cuando el recuerdo me aslata y me mata.

- ¿Pablo?- escuché la voz de Victoria a lo lejos.
- Son 40 pesos, señor- la voz del mozo venía detrás de una cortina de agua, como si me estuviera ahogando en una pileta.
- ¿Pablo?- Victoria, de nuevo… y a la lejos, la televisión, el murmullo de la gente y la noticia de la muerte de Sandro y…
- “Rompan todo”- murmuré, la noticia de la muerte de Sandro y… el cachetazo de la memoria. Le sonreía a Victoria, entregué 45 pesos al mozo.- Esta bien así…
- Gracias, señor- el mozo se perdió entre la gente, esquivando milagrosamente dos cabezas, con su mirada perdida en la noticia del día.
- No hagas más eso- dijo Victoria, la mira sin saber que decir.- No te hagas el tonto, me da miedo…
- Perdón, perdón… Siempre me pasa lo mismo, disculpame.
- Tarado- sonrió.

El día que Bruno se fue a vivir a París me regalo el casete de Tango 4. El cuarto tema del lado A era un cover de Los Shakers, se llamaba “Rompan todo”... lo cantaba Sandro con algunos gritos rockeros de Pedro Aznar y Charly García. Por algún lado de la canción, Sandro cantaba “no me dejes morir”…

Hace casi 20 años Bruno se fue a Paris, dejando un regalo especial para cada uno de nosotros. Y nosotros, nada. Nosotros dejamos morir el recuerdo de Bruno, lo dejamos morir, lo dejamos ir.

Así es como golpea la memoria, a veces. Así es como murió Bruno, cuando nosotros dejamos de recordarlo.