viernes, 5 de noviembre de 2010

Para cosas buenas

Tres cosas me encantaron de trabajar en el canal de la palomita.

La primera fue que no tenían drama en mandarte un remis a las 12 de la noche para que vayas al canal a ponerle los diálogos al guión que el “escritor de turno” termina de sacar del horno. No pagaban ningún “extra”, pero la idea de salir corriendo a escribir era sensacional. Con Gabriel, nos sentíamos como una especie de bomberos de los guiones.

La segunda era la chica de la fotocopiadora del canal, de quién ya hablé en otra ocasión. Encantadora.

La tercera, y más importante: el baño del canal. Sin lugar a dudas tercero en el podio de super baños. El primer lo ocupa el baño de mi casa, por supuesto. Y el segundo, el baño del Aromi de Ángel Gallardo y Corrientes, cerca de la facu.

Como único hijo varón, en una casa habitada por tres hermanas, mi mamá y mi abuela, soy bastante “caprichoso” con el tema “baños”. Con los años de me llegué a convertir en un estudioso de los baños públicos y privados. Aquí tienen algunos tips para encontrar un baño top: piso limpio, puerta de los bañitos individuales con pasador (que funcione), mucha luz, suministro de papel abundante y, sobre todo, que quede lejos de toda la actividad del establecimiento en cuestión.

Lo que tenía de bueno el baño del canal de la palomita era que, no solamente cumplía con todos los requisitos anteriormente mencionados; sino que potenciaba el último. El baño estaba estratégicamente ubicado, casi de forma secreta. Este era el verdadero encanto del lugar. Era una puerta enorme sin ninguna marca, que bien podría pasar por una puerta de algún depósito de las oficinas de producción. El baño se mimetizaba con su entorno. Es decir, no es que te vas a perder buscando el baño, sencillamente tenes que saber dónde está para encontrarlo. Lo que me llamaba la atención era que no tuviera indicaciones de “Nenes/Nenas”, aunque nunca le di demasiada importancia al asunto… hasta que un día la puerta del baño secreto se abrió y entro un muchachito actor de Rebelde Way,

El muchacho tenía esa mirada de “encontré el baño secreto” que todos teníamo

- Hola- saludó el joven.
- ¿Qué tal?- respondí, asegurándome que nada de lo que sostenía en mis manos quede demasiado expuesto. No por vergüenza, lamentablemente el chiste interno era dudar de la sexualidad de todos los actores varones de Rebelde Way.

El joven actor entró en cuartito individual y empezó a cantar. Si, a cantar. Fue entonces que descubrí la acústica del lugar. Una exquisita resonancia digna del Colón. Cuando el pendejo se fue, intenté probar con una de Cypress Hill; pero no funcionó. Probé nuevamente, esta vez con “Bonita de más”. Mi voz sonaba increíblemente bien.

Entonces, me di cuenta de la triste realidad: era un baño que sólo funcionaba con canciones pop.

martes, 2 de noviembre de 2010

Aves de paso

Fue difícil encontrar el lugar donde habíamos pasado toda nuestra secundaria. El campamento de San Antonio de Areco había sido desmantelado, no existía más. En su lugar, había una tranquera que invitaba a almorzar una parrillada gigantesca. El terreno fue vendido y ahora era una estancia turística. Casualmente, el mismo lugar donde terminamos almorzando. En ningún momento, nos negamos la posibilidad de entrar, eso sería negarnos el recuerdo. El último recuerdo. A primera vista, era “otro” lugar. No había hamacas de tablones y sogas entre los árboles, yo las hubiera dejado. La brisa del mediodía era la misma que hace veinte años, ese frescor que cobija siestas kilométricas bajo alguna sombra. También estaba los ladridos de miles de perros, a lo lejos. El experimento de cerrar los ojos durante un largo tiempo funcionó. La brisa y los perros trajeron las risas que se escondían en aquel lugar, los gritos, los llantos, el silbato de algún coordinador. Todo esta ahí, servido para la añoranza.

Ahí estábamos, almorzando, en lo que era la primera salida oficial de Bruno desde que llego de París. Un asado con todos, en Areco, y nosotros riendo, gritando, hablando todos a la vez, volviendo a reir y a gritar. Ahí estábamos, mezclando recuerdos de campamentos anteriores, tejiendo nuestras risas entre presente y pasado.

En contadas ocasiones, el mejor recuerdo puede que venir acompañado de muchas cosas; incluso, mágicamente, puede generar otro recuerdo más fuerte. La vida es así, siempre pasa algo que uno va sumando a cuestas de la propia existencia.

Bruno estaba feliz, todos estábamos felices. Eso era lo único que importaba.