lunes, 1 de agosto de 2011

Where is the love?

Una de las mejores decisiones fue alquilar mi departamento de Mariano Acha a un par de estudiantes de CBC que cursaban en Drago. Dos simpáticas jóvenes de Junín, super puntuales a la hora de pagar. Lo que ayudó bastante a tomar la decisión de entregarles la llave fue que estudiaban Comunicación Social. No me pude resistir. El protocolo de cobranza comprendía una llamada cerca del 10 de cada mes, y unos mates en mi irreconocible ex comedor lleno -ahora- de adornos y mantelería rosa, violeta y celeste.

Después del segundo termino y de discutir por quinta si el TEA es mejor que la UBA y viceversa, decidí partir. Entre al ascensor, y entonces lo supe: Pecas había regresado al barrio. Estático, dejando que la inercia me lleve hacia abajo, tuve una visión del día que nos conocimos. Un rápida visión que terminó con una botella de Mónica di Sardegna estrellada en el piso del ascensor, impregnando el lugar con un olor alcohol que asesinaba elefantes. Pero en ese mismo instante, entre pasado y más pasado, y más pasado aún, otro aroma se presentaba con mas fuerza.

Fiore de Carolina Herrera. Años más tarde, el aroma que llenaba el pequeño ascensor era otro. Cerré los ojos un segundo.

Sobre el poder de los sentidos se han dicho muchas cosas. Freud, por ejemplo, escribió algunas anécdotas bastante contundentes. Hablando de aromas, el psicólogo cuenta que un paciente condicionaba sus sueños colocándose debajo de la nariz distintas fragancias. Un día estuvo 10 minutos oliendo una fragancia egipcia, y al otro día soñó que visitaba una perfumería de El Cairo. En realidad, la anécdota es mucho más interesante de lo que cuenta mi relato, pero ilustra el caso y eso es más que suficiente. Al parecer, los olores evocan ciertos lugares y personas asociados a ellos, son estímulos directos que provocan una reacción determinada. En mi caso, sentir la presencia de Jorgelina Pecas acechando.

Salí del ascensor con la sensatez justa como para pensar que todo fue producto de mi imaginación, que nadie usa el mismo perfume durante tanta tiempo, que es imposible que... que Freud se equivocaba seguramente en...

Pero ahí estaba ella. Del otro lado de la puerta de calle, Jorgelina Pecas abrazaba y besaba una figura masculina que solo pude distinguir cuando salí de “Acha”. El ruido del brazo mecánico sobresalto a la pareja de enamorados, Pecas miro hacia el sonido, dejando libre el rostro de su acompañante justo frente a mi. En ese preciso instante, cuando triangulamos miradas y nuestros ojos se abrieron como platos. Sorpresa...

- ¡Pablo!- dijo Pecas, con una sonrisa que no era sonrisa, que lo era y que volvía a no serlo.
- Pecas...- la salude con una sonrisa que no era sonrisa, que lo era y que volvía a no serlo. Un segundo que duró una eternidad, le ganó a la incomodidad del encuentro, no me quedo más remedio que saludar al novio de Pecas.- Diego... ¿Cómo estas... hijo de puta?- sonreí.

Tendrían que haber visto sus caras... O mejor dicho, la mía.