lunes, 31 de agosto de 2009

Los de arriba, los de abajo y Paula Miano

Durante nuestro 5to año, nadie le dio demasiada importancia a Paula Miano. Los chistes con su apellido seguían sucediendo en cualquier oportunidad; aunque dejaron de ser graciosos en un punto. Todavía no puede ver con claridad el momento exacto en que me deje de reír. Paula Miano no la tuvo fácil en al secundario, y había llegado a 5to año. Calladita se aguanto desde el primero hasta el último chiste con su apellido; el secundario es una época siniestra.

Siempre me pregunte por qué los pendejos en el secundario sienten esa fascinación por involucrarse en las cruzadas mas aterradores con tal de asesinar socialmente a otros. En mi clase éramos entre 18 y 25 alumnos. Había grupos, siempre hay grupos, y uno tiene que elegir o ser elegido (en realidad) para pertenecer. Uno podía definir el “jefe” de cada grupo en un abrir y cerrar de ojos. Es genial, ahora lo veo todo con tanta claridad. Los grupos... Dios, éramos tan patéticos. Pendejos chetos de Villa Urquiza, Belgrano, Coghlan y quien sabe que más, tratando de vivir nuestras vidas como en una película de John Hughes.

La persona que nos “definió” como grupo fue Martín. Hasta ese entonces, éramos simplemente Patricio, Alejandro y yo. Conocimos a Martín en 5to grado, pero fue realmente a partir de 1er año cuando demostró todo su potencial. Cuando asignaron el aula de 1er año, todos corrimos a sentarnos al fondo. Martín había acomodado las sillas estratégicamente, haciendo imposible el acceso por uno de los pasillos del aula. Por el pasillo libre, fuimos pasando de a uno, y después se sumaron Diego, Richard y Gabriel. Así -los siete- dejamos la individualidad para convertimos en un ser grupal. Aquel día, el primero de 1er año, nacieron “los del fondo”.

El Colorado Mattiuzi tenía su grupo de 3 o 4, la mayoría salidos de rugby o fútbol. Eran “los de gimnasia”.

Y después, estaban las chicas. El sector femenino estaba divido en 3 grupos: las lindas, las inteligentes y las no tan lindas. Silvina Veneno y Cecilia Miel eran las dueñas del grupo de las lindas, con dos o tres chicas más. Mariana Pizza era la voz de las chicas inteligentes. Y... Valeria Alfajor era la titiritera del grupo de las feas... Perdón, de las “no tan lindas”.

Paula Miano no perteneció a ninguno de estos grupos. Siempre estuvo sola.

viernes, 28 de agosto de 2009

Por probar el vino y el agua salada

- No debería haber probado esos brownies- dijo Richard, abrazando una muñeca.- Me dejaron pelotudo... ¿viste que linda?
- No pienso tocar esa muñeca- le dije.- Me dan miedo.
- Mi vieja tenía una igual a esta en su pieza... y...
- Ricardo... creeme, me encantaría escuchar la historia de tu vieja y la muñeca, pero tenemos que encontrar a Diego.
- Yo no puedo salir así como estoy... Tengo el brownie “en sangre”. Estoy pasara flashear de lo lindo- Richard abrazó la muñeca y se durmió en un sillón viejo.

El héroe de la noche fue Patricio que -en su locura browniesca y todo- pudo meternos a todos en la casa de la vieja, antes que llegara la policía y el furioso dueño de la casa de muñecas antiguas. La sacamos barata... en cierta forma.

- Tenemos que encontrar a Diego- dijo Gabriel.
- ¿Probaron llamarlo al celular?- Jorgelina, siempre tan astuta.
- ¿Vos lo llamaste?- me preguntó Gabril.
- No... ¿Vos?
- Tampoco...
- Che... ¿¡Alguien llamó a Diego!?- grité, y todos nos miramos en silencio. Martín fue el primero en buscar su celu para llamarlo. Nos sorprendió que el sonido llego del otro lado de la puerta de entrada.

Jorgelina abrió la puerta. Ahí estaba Diego, con un ojo negro, y la camisa rota.

- Por que no me avisaron que ese no era mi coche?- gritó Diego, sirviéndose una vaso de cerveza.
- Era obvio que no era... Si un tipo te va a robar un coche, lo último que se le puede ocurrir es pasar por la puerta de donde lo robo y tocar bocina, Diego- Gabriel, comiendo las sobras de una picada.
- Bueno... por si alguno pregunta: el coche estaba a la vuelta. También me podrían haber avisado que no lo estacioné en la puerta de la casa cuando llegamos... ¿no?- tragó la cerveza en un fondo blanco impecable.
- Por probar los brownies...- murmuré.
- Pero estaban ricos- dijo Pecas acurrucándose sobre mi pecho.
- Muy ricos- le di un beso y sorpresivamente me di cuenta que esa noche era nuestra última noche juntos.
- Vamos a intentarlo, Pablo- fue lo último que dijo Pecas, antes de quedarse dormida.- Te quiero demasiado como para perderte así...

Jorgelina viajó al día siguiente a esa extraña y -sobre todo- divertida noche. El avión se la llevo, después de un abrazo interminable. Supe que iba a volver; de hecho, volvió... pero para eso faltaba mucho tiempo. Ahora -y todavía, y en ese entonces- nos quedaba el “intento”. Algo tan difícil como inexplicable, perdurar una relación en la distancia...

Cuando salí de Ezeiza, me subí al auto de Diego, donde me esperaba Patricio en el asiento del acompañante. Me senté atrás, dejándome caer en el tapizado, tenía ganas de desaparecer en un terrible silencio. No tuve suerte, se escuchó un ruido seco, algo se rompió cuando me senté. Agarre lo que -sin darme cuenta- rompí y se lo mostré a Diego y Pato por el espejo retrovisor.

- Richard... y la puta que te pario- dijo Diego.

Era una muñeca antigua... ahora, rota.

miércoles, 26 de agosto de 2009

No te dejes desanimar

No hay muchos consejos para fumarse un porro, pero digamos que hay algo que aprendí en toda mi poco experiencia con las drogas. Anoten: “que nadie de corte el mambo”. Traducido al castellano más simple esto vendría a ser como: te drogas, flashea, escucha música, reite de las cosas mas tontas, tirate en el pasto a mirar las estrellas, o mira durante horas una vidriera de muñecas viejas en San Telmo. Y esto es, precisamente estaba haciendo Richard cuando salí a la calle y empece a reirme.

- Sos hermosas... las muñecas, como te miran- murmuro Richard.- Son hermosas.

Larga una carcajada que retumbo en toda la noche, cuando la mano de Diego se cerró sobre mi cuello. Nota al editor: esto es precisamente lo que se llama “cortar el mambo”. Y es, claro, lo que Diego estaba haciendo conmigo.

- ¡Me robaron el auto!- gritaba Diego en la puerta de la casa, mientras me agarraba del cuello del sweater.- ¿De qué carajo te estas riendo?
- No se, estoy re loco- le respondí, mientras la sonrisa se me iba borrando lentamente de la cara.
- ¡Me robaron el auto! ¡Me robaron el auto!- Diego no paraba de repetir y caminar en círculos por la calle.- ¡Me robaron el auto! ¡Me robaron el auto!
- ¿Y por que no vas a la comisaria?- pregunto Gabriel, y solamente con verlo uno podía adivinar que no había comido un solo brownie. De hecho, toda la experiencia de Gabriel con las drogas se puede resumir en “no, gracias”.
- ¿Sos tarado Gabriel?- gritó Diego.- ¿Con la locura que tengo encima? Seguro me dejan adentro... ¡Me cago en esos brownies!
- Estaban riquísimos- murmure.- Que vaya el “conductor designado”.
- ¿Que?- Diego, con los ojos cansadísimos de sueño.
- Que vaya Gabriel... es el único de nosotros que no comió- chasquee los dedos y sonreí.
- Ni loco voy a la comisaria a hacer la denuncia de un auto que no es mío- Gabriel, excusándose.
- Pero Diego es tu amigo... tenes que hacerlo, no podes dejarlo en ese estado-
- ¿Qué estado?- pregunto Gabriel.
- Drogado y llorando como una nena porque le robaron el auto- señale a Diego, que estaba tirado en el umbral de la casa mientras Jorgelina intentaba tranquilizarlo.
- La puta madre... Hago al denuncia, digo que un amigo me prestó el coche y que...- Gabriel, pensando.
- Deci lo que se te ocurra y...- mientras intentaba pelear contra toda la locura de los brownies e hilar dos o tres palabras sensatas, un bocinazo interrumpió mi discurso. Todos miramos en dirección al sonido, que venía de la esquina.

- ¡Mi auto!- grito Diego, mientras corría hacia la esquina.
- ¡Diego! ¡Vení acá!- grite, pero no me hizo caso.

El auto acelero y se fue por una calle de San Telmo. Diego giro en la esquina y desapareció de nuestro campo visual. Nos miramos con Gabriel durante tres segundos. Los rigurosos tres segundos de silencio para evaluar la situación.
- Diego acaba de irse corriendo detrás de su auto...- dije.
- Que probablemente no era su auto... ¿No te diste cuenta que no tenía la antena cruzada sobre el techo?- murmuró Gabriel.
- Diego acaba de irse corriendo detrás de una auto que no es suyo... pensando que era el de él- más problemas, obvio.- La puta madre.
- Y eso no es todo...- Gabriel señalo hacia la vidriera que tenía hipnotizado a Richard.- Mira.

- Son hermosas...- murmur{o Richard. Acto seguido, levantó una piedra y la tiro contra la vidriera llena de muñecas antiguas.

- ¡No, Richard! ¿Qué hacés?- gritamos los dos.

Demasiado tarde.

lunes, 24 de agosto de 2009

Ah, te vi entre las luces

Todos comieron esos brownies “locos”. Gracias a los sabios consejos de Jorgelina, estaban riquisimos. Por supuesto, todo el mundo pensaba “esto no va a pegar”. Salieron casi 3 bandejas de brownies, cada una con 12 bizcochuelitos. Haciendo oídos sordos a los consejos de Alejandro que repetía una y otra vez “no comas tantos, Pablo, con uno esta bien”, le entre a esos brownies como si fueran la última cena. Y así fue, se multiplicaron los brownies hasta las dos de la mañana. Después de horas de pensar que habíamos hecho algo mal, me quede dormido.

Cuando desperté estaba entrando a la casa de mi vieja pensando “¿qué carajo estoy haciendo acá? Seguro no encontré las llaves de mi departamento”. Entre por la cocina, en un acto reflejo de años anteriores, abrí¬ el microondas para ver si me habían dejado algo de comer. El reloj del micro tiraba la una de la mañana. Camine hasta el living, y pude ver una figura sentada en el sillón que estaba de espaldas al ventanal que da la calle. La luz que entraba por el vidrio tejido, recortaba la sombra, como en las películas. Encendí la luz del living.

- ¿Viejo? ¿Qué carajo estás haciendo acá?- me sorprendió ver a mi viejo a esa hora, sobre todo porque hacía más de 10 años que no vivía ahí.
- No, no soy tu papá- mi viejo se puso de pie y bordeo la mesita ratona. Entonces, entre la luz de la calle y la luz de la pasillo, me dí cuenta que estaba vestido de rojo. Un smoking rojo, oscuro.- Soy el Diablo.
- ¿Qué?
- ¿Qué? No me mires así, no había otro cuerpo disponible.
- ¡Pero mi viejo esta vivo!
- ¿Y qué tiene que ver? Estaba durmiendo, y si esta durmiendo, ¿para que quiere su cuerpo?- abrió los brazos como excusandose.
- Bueno, a ver… sos el Diablo. Sos el Diablo en el cuerpo de mi viejo, que esta durmiento… ¿Qué cagada me mande?
- Nada, vine a decirte que lo estas haciendo muy bien.
- ¿Haciendo bien “qué”? ¿Qué?- pregunté.
- Nada.
- ¿Nada?
- El que “nada”, no se ahoga- respondió el Diablo, que con esta respuesta me terminaba de confirmar dos cosas. Que el Diablo era muy boludo para elegir un cuerpo. O que mi viejo estaba borracho y venía de una fiesta de disfraces.

- ¡Pablo!- gritó Martín.
- ¡Martín!- agarre a Martín de la camisa, despertandome, mientras sacudía las migas de brownies que tenía en mi pantalón.
- ¡Pablo! Vení a la calle… se pudrió todo- dijo Martín, desapareciendo hacia la puerta de calle, desde donde se escuchaba gritar a Diego.

Intente incorporarme dos veces, y volví a caer en el sillón. Diego seguía gritando en la calle, mientras yo hacia mi tercer (y exitoso) intento. Encendí un cigarrillo, el humo me hizo bolsa la garganta.

Cuando estaba llegando a la vereda, la tos -no se cómo- se transformó en risa.

viernes, 21 de agosto de 2009

Brownies de marihuana

Jorgelina Pecas tenía una amiga que vivía en una vieja casa de San Telmo, caserón que era ideal para una super fiesta de despedida. Solamente había un pequeño problema: la abuela. La amiga de Pecas insistió que la noble señora no escucharía nada, tenía una sordera muy importante y a las 6 de la tarde se encerraba en su habitación sin salir de allí hasta la mañana siguiente (cerca del mediodía). Solamente había un detalle que teníamos que tener en cuenta: la anciana cenaba a las 21 horas, clavadas. Ningún problema.

La gente de la fiesta era de lo más variado. Amigos de Pecas, amigos míos, amigos de amigos, amigos de amigos de... Amigos, en fin.

- ¡Pablo! ¡Jorgelina!- grito Alejandro, abriéndose paso entre la gente.- Esta buenísima la casa, es ideal para filmar una video-clip.
- Gracias, Ale- dijo Pecas.
- ¿Te hago una pregunta? ¿Te acordas esos brownies que hiciste para el cumpleaños de Pablo? Estaban riquísimos...
- Si, me acuerdo. Pero no hice nada hoy.
- Claro, me imagino, te quería preguntar si...- Alejandro buscó en su bolsillo y saco una bolsita.- ¿No me ayudas a hacer galletas de marihuana?
- ¡Ale, la puta que te pario!- me quería morir.
- Si, pero mira que esta casa no es mía- se atajo Jorgelina.
- Ya se, es de tu amiga, la de la señora del fondo- señalo Alejandro.- Me dijo tu amiga que esta todo bien, que podemos hacer...- se acercó la amiga de Pecas.
- Le tire un poco de yuyo a mi abuela sobre los fideos- riéndose.
- ¿Estas loca?- Jorgelina empezó a reír.- Pobre vieja.
- Es que no me daba ponerle alguna pastilla para dormir. Eso es más... “sano”- dijo la amiga de Jorgelina dándole un beso a Alejandro.

Mi único acercamiento a las drogas fue en 5to año, una locura. Drogas y pendejos chetos de colegio privado bilingüe, no podía salir nada bueno de esa combinación. Termine la secundaria y nunca mas volví a probar un porro.

El cabeza dura de Alejandro quería que salieran como 2 kilos de galletas tipo escones. Lamentablemente (o mejor) con lo que había en esa casa solamente se podían hacer 3 bandejas de brownies. Jorgelina arrojó unos tips mientras asesoraba el procedimiento. Disolver un poco de yuyo en una bandeja con una hilito de leche, parece que con grasas lácteas pega mejor.

- Tiene sentido- analizaba Richard apoyado en la puerta de la cocina.- Por su morfología...
- Richard, no empeces- gruñó Alejandro.
- La marihuana la terminas absorbiendo vía estomacal porque es super soluble en grasas. Entonces, es mucho mejor de vehiculizar
- Ya no se si quiero comer- dijo Patricio.- Basta, Richard.
- Una vez comí brownies de marihuana- murmuró Richard, y todos lo miramos en silencio.- Quede pelotudo dos días seguidos.

Y eso es precisamente lo genial de los seres humanos. Que siempre podemos esperar, lo inesperado.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Hipercandombe

Lo bueno de empezar una relación con Jorgelina Pecas fue que ella era tan acelerada como yo. Eso nos daba poco margen para estar juntos, pero nuestro tiempo era disfrutado a full. Con Jorgelina tuve una historia llena de anécdotas y movimientos sísmicos importantes, de risas y tristezas. Fue una historia de amor realmente importante. Muy importante.

Como bien saben, Jorgelina no solamente sabía que los vinos se clasifican por aromas, sabores, cepas y temperaturas; también era una experta en la cocina. Sin embargo, Jorgelina no era ni enóloga ni licenciada en gastronomía. Era abogada. Y en su tiempo libre –los sábados y domingos- viajaba a Lomas del Mirador donde pasaba todo el día organizando un comedor de chicos de la calle. A la noche regresaba con una sonrisa increíble, dispuesta a salir a bailar, al cine, a cenar. Durante la semana trabajaba en un estudio cerca de Tribunales, a partir de las 16 estudiaba lo que ella quería, desde el sabor de algún vino hasta la forma de preparar alguna torta riquisima para disfrutar juntos un sábado a la noche.

Y mi vida tampoco era demasiado tranquila. Corría de acá para allá, con la radio y con algun que otro laburo que surgiera. Fuímos muy felices. Hasta que llamaron de Italia.

- ¡Aceptaron mi solicitud!- me dijo.
- ¿Cuál?
- La beca de enología en Italia, Pablo.
- ¡Que bueno! ¿Cuánto tiempo!- pregunte pensando que probablemente me diría un mes.
- Un año- trago saliva y mirandome.- Ya se, no digas nada.
- No va a funcionar, Pecas.
- Lo se.

Nos abrazamos durante horas, sin decir una palabra. En aquel silencio, probablemente estabamos pensando alguna solución para seguir juntos, pero sabíamos que era imposible.

Por suerte, todavía nos quedaba la fiesta de despedida.

lunes, 17 de agosto de 2009

La teoría del amor "resignificada"

Si, más o menos antes de cumplir 23 años, fue cuando sucedió lo de Sandra. me refiero a "cuando se fue", a eso me refiero. No de su fantasma emcoional, sino a cuando ella decidio que no me quería más. Fue antes de cumplir los 23, estoy seguro.

Y después de muchos años sin novia, intentando entender cómo eso de la seducción, los levantes de boliche y los chamuyos baratos decidi volver a intentarlo. Así que... recuperarme de lo de Sandra, me costó una Jorgelina Pecas. Aquella tarde "amaneciendo" con sus pecas entre mis brazos, tirados en el sofá, lo que menos iba a pensar era lo que el destino me tenía preparado.

Todavía faltaba "mucho tiempo" para que sucediera el "Huracán Pecas" (bautismo cortesía de Gabriel y apodo aprobado en unanimidad por Martín y Patricio),

Acá es donde se resignifica todo, porque si antes (en la prehistoria de mi relación con Sandra) "mucho tiempo" fueron 6 años. Y realmente fue "mucho tiempo". Ahora, luego del meteorito que asesinó a los dinosaurios de mi corazón -ahora, estar con alguien, estar de novio, en ese entonces...- "mucho tiempo" no me parecía más de un mes. Como poco.

Tal vez, dos. Como mucho.

¿Quien sabe?

Entonces... recuperarme de Pecar -perdón- del Huracán Pecas me costó...

Okey, confieso que eso sí que fue díficil.

viernes, 14 de agosto de 2009

Desayunando (y durmiendo) con Pecas

Volviendo con medialunas, decidimos desayunar en el depto de Jorgelina. Eran las 6 de la mañana. Luego de explicarle mi teoría sobre los fantasmas emocionales, ella estuvo de acuerdo conmigo en todo. O casi todo.

- ¿Te diste cuenta que haberte encontrado con Sandra en el banco fue casi puntual para lo que sucedió hoy?- Jorgelina con mirada detectivesca.- Ella te pidió perdón... y vos hoy también lo hiciste conmigo. ¿Hace cuanto que no pedís perdón?
- Reconozco mis errores, no soy tarado, Jorgelina.
- Me refiero a un “perdón” que incumba una relación, a una chica, a un amor...
-Nunca- y era verdad.- Es la primera vez.
- Entonces, ese encuentro te enseño algo. Sos un ser tan racional como apasionado. Pensas, elaboras, no sos tonto. Pediste perdón, sabías que te portaste mal conmigo... Esta bien eso.- sonrió, cambiando de tema.- No se si yo fui un fantasma emocional, Pablo.
- Claro que si. Nunca más nos cruzamos. ¿Cuantos años pasaron? De hecho, pensé que ya no vivías más acá.
- ¿Y nunca se te ocurrió fijarte en las expensas?
- Nunca.
- Entonces, no fui tan importante como para que te fijes eso.
- No te equivoques, claro que fuiste importante. Pero yo no tenía ganas de estar con nadie. Y cuando descubrí que si tenía ganas de estar con vos... Vos ya no estabas.
- Yo siempre estuve. Vos no me buscaste. Claro, te gustan demasiado las mujeres y encima sos un cagón- Jorgelina se burlaba de mí.- Abrite...
- ¡Ya me abri!- un chiste salvador.- ¿No ves como te estoy ofreciendo mi brazo para que te recuestes? ¿O tenes tanto sueño que se te cierran los ojos?- le dije, estirando mi brazo sobre el respaldo del sillón.

Jorgelina Pecas se acostó sobre mi pecho y entonces... ocurrió lo peor. Nos quedamos dormidos. Como solíamos hacer con Sandra cuando éramos jóvenes en el sillón de su casa o la mía.

Ocurrió lo peor... despertamos a las dos de la tarde, abrazados, ella con ganas de almorzar.

Yo, con la sensación de no querer perderla.

jueves, 13 de agosto de 2009

La chica de la fotocopiadora

Todos alguna vez, nos enamoramos de alguien por sus pequeños detalles. Y yo soy un fanáticos de los detalles. Cuando trabajabamos en Canal 9, teníamos -entre tantas tareas ingratas- que encargarnos que cada área tenga su guión para el día de grabación del unitario. Le dije a Gabriel que yo me iba a encargar de eso. La chica de la fotocopiadora, fue la única razón por la que espere pacientemente que cada hoja de los casi 30 guiones saliera de la máquina.

Era morocha, pelo corto (hasta los hombros), ojos negros y piel blanca. Sus ojos eran como dos uvas bien negras, casi gitanos. Durante los tres meses que estuvimos trabajando en el canal, la chica de la fotocopiadora y yo tuvimos infinitas charlas mientras ella trabajaba y yo esperaba. La llegué a conocer muchisimo. En realidad, no. Tan solo detalles.

La chica de la fotocopiadora -igual que yo- solía ponerle nombres a las cosas. Su computadora se llamaba Margarita, su almohada Hortencia y su bicicleta Jacinto. La mayoría eran nombres de flores, casi siempre exóticas.

Su primer libro -igual que el mio- fue un libro de Julio Verne. Los hijos del Capitán Grant de la colección Robin Hood (libros viejos, de tapas amarillas).

Le gustaban las series viejas. Se acordaba de Sheriff Lobo, BJ y amaba -igual que yo- a la Mujer Biónica. Se entristecía cuando al final de la cada capítulo de El increíble Hulk, Bill Bixby se iba solo, con su mochila y caminando por la ruta. Yo también.

Su cerebro tenía cantidades enormes de información completamente inútil. Es decir, se dice "bondiola", no "mondiola".

Estudiaba Filosofía y Letras, simplemente porque no había números en esa carrera. Yo hice lo mismo con Comunicación Social.

Pensaba -igual que yo- que las aceitunas sin carozo se hacen en fabrica. Y no. O si... nunca profundizamos bien ese tema.

Con las hojas mal impresas ella hacía origami. Yo, avioncitos.

El mate amargo. Yo, dulce.

Siempre empezaba a leer el diario por la página de los chistes. Yo tambien.

Le gustaban el cine, los boliches y los pic-nics. A mí, dos de tres. No estaba tan mal.

Hace años que se debía una visita al zoológico. Bueno... existe la posibilidad que yo también.

Cuando tenía 18 años, un frisbee le pegó en la cabeza. A mi también, tenía 25 (Diego, la puta que te parió).

En uno de los tantos cambios de gerencia que tuvo el canal, ella dejo de trabajar. Un día fuí a sacar fotocopias y ella ya no estaba más. Un mes después de su renuncia, nos cancelaron la pasantía. Nos pagaron dos programas sin aire, y me fuí del canal.

Meses después, en Moliere, nos volvímos a encontrar. Nos dimos un abrazo enorme.

Esa noche, ella estaba borracha.

Yo también.

La chica de la fotocopiadora fue la número 12 en mi lista.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Había una vez... un vaso de la Pantera Rosa

En Olazábal y Triunvirato, centro neurálgico (si los hay) de Villa Urquiza, existió un Banco Galicia. Exactamente en el mismo lugar donde ahora esta la pizzería Kentucky. Y fue en un cajero automático de aquel Banco Galicia cuando me cruce con Sandra MuchoTiempo después de 8 meses sin saber nada de ella.

Por ese entonces, yo intentaba salir adelante (lo estaba haciendo muy bien) y olvidarme de ella, intetando matar su fantasma que siempre volvía, una y otra vez. Seis años es mucho tiempo. El momento del cruce de miradas fue feroz. Es increíble la claustrofobia que puede sentir el ser humano en un espacio tan grande. Y como un lugar tan grande como el hall de un Banco puede -a veces- ser un mono-ambiente sin terrazas ni ventanas, agotador.

- Pablo, ¿podemos charlar un segundo?- sentí su voz en mi espalda.
- Si... decime.
- Quiero pedirte perdón- me dijo sin anestesia.
- Sandra, te voy a pedir un favor. No me quiero calentar, de verdad. Te mandaría a la mierda ahora mismo. No me pidas perdón, por favor. Porque sinceramente siento que te estas cagando de risa de mi.
- Necesito que me perdones por lo que hice. No en que estaba pensando. Lo que menos quería es que vos sufrieras... yo quiero seguir siendo tu amiga.
- ¿Me estas cargando?- muy dentro, quería empujarla debajo de las ruedas de un 140 que justo estaba doblando por Olazabal, pero no.- Te hago una pregunta... ¿qué hice mal?
- Nada... simplemente sucedió. Paso, no tengo forma de explicarlo... deje de quererte y pensar en vos como siempre lo hacia, y me pasó...
- Claro...- quería destrozarla ahí mismo.- Paso que me metiste los cuernos, paso que estuviste seis meses -los que sea- sin decirme...
- Pienso en vos siempre, Pablo- me interrumpió.- Se que soy una estúpida, pero necesito pedirte perdón... por lo que te hice, por cagarme en nuestra historia, por favor... No puedo seguir así.

De una cosa estoy seguro, yo estaba construyendo una muralla y Sandra estaba plantando los cimientos de un puente. Estaba llorando y me miraba... pero aquellos ojos no eran suficiente para hacerme olvidar de todo. ¿Y valía la pena? En ese momento, sentí que estábamos atados, que seguíamos unidos por hilos invisibles y que, realmente necesitábamos escapar. Irnos lejos, a miles de kilómetros de distancia de cada uno.

- Todo bien, Sandra. Son cosas que pasan...
- ¿Me perdonas?
- Si- le dije.- Que tengas mucha suerte con tu vida- y recién ahí, mezcla de ironía y verdad, pude volver a respirar de nuevo

Nos despedimos. Al día siguiente, el vaso de la Pantera Rosa que ella solía usar cuando venía a casa -su favorito- se rompió sobre el piso de la cocina.

Cosas que pasan.

lunes, 10 de agosto de 2009

La teoría de los fantasmas emocionales

Una estupidez terrible la teoría de los fantasmas emocionales. Sin embargo, me sirve para hacerme el pobre tipo, la figura trágica bajo la lluvia. Si, esa misma. El tipo empapándose, arruinándose la ropa, resfriándose, intentando encender un cigarrilla y pensando en su amada. Un clásico de los ’50. Hasta que apareció Humphrey Bogart, claro.

Yo creo en los fantasmas. Tuve una experiencia increíble que me hizo repensar mi mundo de nuevo. Aquel episodio que ustedes conocerán (mas adelante) como “historia de una cajita de música”. Pero no viene al caso, ahora. Nada que ver lo de la cajita de música con lo de los fantasmas emocionales. Lo mencione simplemente para hablar desde con autoridad.

Los fantasmas emocionales son esa clase de fantasmas que mantienen un lazo -o conexión- con su antigua casa y no se quiere ir. Están siempre con nosotros, habitando el lado vacío de la cama, la silla vacía, el lado del sillón donde nos acostábamos a mirar películas, incluso en ese vaso de la Pantera Rosa que tanto le gustaba. Si, en ese vaso también. Porque eso es precisamente lo malo de los fantasmas emocionales, habitan afuera y también están dentro nuestro. En nuestro corazón.

Sandra MuchoTiempo se convirtió en mi primer fantasma emocional. Lo hizo en al segundo exacto en que salió de mi departamento seguida del portazo.

Y dejo de serlo cuando el vaso de la Pantera Rosa cayó de la mesada al suelo, dejando pedazos de vidrio por toda la cocina. Creo que ese día, Sandra dejó de habitar mi departamento y mi corazón. ¿Cómo logre que esto suceda? No lo se, simplemente paso. Lo que más me llamo la atención de todo esto es que el vaso se rompió 8 meses después de aquel portazo. Un día antes de la caída, Sandra y yo nos cruzamos en la fila de cajeros automáticos del Banco Galicia que estaba en Olazábal y Triunvirato. Habíamos estado 8 meses sin vernos, sin cruzarnos. Algo realmente increíble porque –recuerden- Sandra vivía al lado de la casa de mi vieja, en la casa de la puerta azul. Nunca más nuestro caminos se cruzaron, ni en el tren, ni en la parada de algún colectivo.

Nunca.

Hasta aquel día en el Banco Galicia.

viernes, 7 de agosto de 2009

Taller de expresión I

Mientras el taxi con María Cabezazo se alejaba por Monroe, el sorpresivo encuentro con Jorgelina Pecas estaba generando un movimiento sísmico importante. Ella estaba hermosa y elegante, eran las cuatro y media de la mañana. Me tomé la libertad de recorrer su rostro con la mirada, y su cuerpo. Llevaba un pantalón de vestir negro y una camisa blanca.
- ¿Todo bien y vos, Jorgelina?- sonreí.
- Bien...- dudó, se acercó un poco.- Hola... Que loco esto- me dio un beso en la mejilla.
- Si, si estas pensando lo mismo que yo, si... es loco- le dije.
- Que viviendo en el mismo edificio...
- Y no nos cruzamos nunca...- termine la frase.
- Jamás...
- Nunca...- tire el cigarrillo.- No se si es tan extraño... Me suele pasar con la gente que sale de mi vida de forma abrupta.
- ¡Que hijo de puta sos!- Jorgelina, inquisidora.- ¿Me viste alguna vez por la calle y te hiciste el boludo?
- No, me refiero a la vida misma... me pasa esto con gente que sale de golpe de mi vida. Desaparece...- chasqueé los dedos.- Como si se la hubiera tragado la tierra de un día para otro.
- Ah, si... Ahora que me decís...- Jorgelina empezó a reir.- Me acuerdo de tu teoría de los fantasmas... ¿ocasionales?
- Emocionales... fantasmas emocionales.
- ¿Estas loco, sabias?- Jorgelina buscó un cigarrillo en su cartera, lo encendió y me convido el paquete. Acepté.
- ¿Nunca te hablé sobre esa teoría?
- ¿Toda tu vida son leyes, teorías o reglas?
- Claro, soy un tipo metódico... intento darle forma a todo para poder expresarlo mejor.
- Hay cosas que no se pueden expresar con palabras, Pablo.
- Jorgelina... todo se puede expresar con palabras... todo. Creeme.
- ¿Todo?- Jorgelina dejo fumar y generó un silencio incomodo bastante interesante.
- Disculpame...- le dije.
- ¿Cómo?
- Que me perdones... por como cortamos, por el poco cuidado que tuve con lo que vos querías y lo que yo tenía miedo de dar.
- Sos un tarado- soltó una carcajada.- ¿De verdad me estas pidiendo perdón? Son cosas que pasan... somos grandes. Yo pensaba que vos eras un buen flaco, alguien copado como para intentar algo... Y vos...
- Yo tenía miedo.
- De ponerte de novio, lo se- me regalo una mirada increíble.- Tonto.
- Si, ya se...
- Tonto y cagón- Jorgelina me golpeó amistosamente el brazo.- ¿Desayunaste?
- No, acabo de llegar de...- buscando una mentira pertinente.
- No mientas, te acabo de ver acompañar a una rubia hasta un taxi...
- De acompañar a una amiga a tomarse un taxi- genial.
- Bien... entonces vamos a comprar unas medialunas para desayunar y de paso contame como esa teoría de los fantasmas ocasionales- dijo ella tomándome de un brazo.
- ¡Emocionales!- grite, y empezamos a reír.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Cabezazos y la regla de los tres días

Podríamos considerar a María Cabezazo como la única chica que conocí en un boliche con la cual tuve una relación de más de una semana. Siguiendo la famosa “regla de los tres días”, la llame. Por suerte, no estaba tan borracha como para no acordarse de mí ni del cabezazo ni del vomito en mis zapatos. Eso estuvo bien.

Me reuní con María en el Buenos Aires Design, y cuando apareció me di cuenta que no era tan bonita como mi mente se la imaginaba. Una de dos, o estaba muy oscuro, o yo también estaba lo suficientemente borracho como para no acordarme bien de ella. Igualmente, no era fea, eso ya era un comienzo.

Se disculpó -eso le dio un toque de ternura- por el cabezazo y el vómito. Al principio de la charla, no hubo química en absoluto. La conversación fue incómoda y forzada; así que opte por lo mas sano en estos casos... le partí la boca de un beso.

Luego aquel primer encuentro volví a hacer uso de la “regla de los tres días” y la llame nuevamente. Esta vez fuimos a un telo. Para mi grata sorpresa, la pase muy bien.

La tercera vez que nos vimos fue en mi departamento. Llegó a las nueve de la noche para cenar; pero eso no ocurrió. A las 3 de la mañana, se dio baño, le pedí un remis y marchó a su casa. María Cabezazo parecía entender muy bien todo; o mejor, sabía lo que quería. Fue una linda época.

La última vez que la ví fue cuando se subió a un taxi en Mariano Acha y Monroe. Lo supe instantaneamente cuando no miro atrás para saludarme, su mirada se perdía en la avenida vacía. Aquella madrugada -eran las cuatro de la mañana- supe que no iba a volver más. Habían sido tres meses perfectos, sexualmente interesantes. La relación funcionaba así: encontrarse, charlar protocolarmente de cualquier cosa y volar hacia la cama. No me iba a quejar por eso. Yo sabía que no iba a volver, lo supe en ese mismo instante. Encendí un cigarrillo y camine hacia mi departamento.

Cuando estaba llegando al umbral del edificio, escuche un par de tacos caminando atrás de mí. Me di vuelta, por supuesto.

- ¿Cómo estas, Pablo?- preguntó Jorgelina Pecas con una sonrisa, bastante sincera y perfecta.- Tanto tiempo...

lunes, 3 de agosto de 2009

La chica disfrazada de Cheetara

- ¡No tengo disfraz para la fiesta de Mariana!- le grité a Richard por teléfono.
- Yo voy a ir de médico.
- Eso es re ladrón. ¡Estudias Medicina, Ricardo! Dejate de joder... cero creatividad- mi conciencia no me permitía dejar pasar ese detalle por alto.
- Tengo un ambo blanco de enfermero de más- dijo Richard.
- ¡Quiero!- mi conciencia es una puta y además, yo no estudiaba Medicina.

- ¿Los dos vestidos de "médico"?- Martín, el señor cowboy, largo una carcajada.
- No, no... Richard es un doctor. Yo soy...- pensando, pensando.- ¡Ginecólogo!
- Que original- ironizó Martín.

Hice oídos sordos a las risas de Martín mezclándome entre las conejitas, las mujeres policía, las diablitas, las angelitas, y los 542 “doctores”. Entonces la ví, tomando cerveza y llevando uno de los mejores disfraces que una mujer podría llegar a usar.

Cheetara de los Thundercats.

- Quiero tener gatitos con vos- le dije.
- Estoy esperando a Leon-O- dijo Cheetara rompiéndome el corazón.
- Pensalo bien, soy un buen candidato. Profesional, simpático. Me gustan los animales.
- No me digas nada... ¿Sos ginecólogo, no?
- No, veterinario.
- Buena respuesta, pero no.

Cheetara estuvo en disputa toda la noche. Rebotó a la mitad de la fiesta. Desde Chaplin hasta Julio Cesar... o un bombero.

Hay algo que tienen que saber sobre los gatos. Les encanta el contacto visual. Y esto no lo digo yo, lo dice mi tía Marta (si, la misma que controlaba mi masculinidad con su gay-dar). Cuando uno llega de visita a la casa de una persona que tiene un gato, nunca -y repito, nunca- hay que acercarse al gato. Lo único que hay que hacer es mirarlo, el contacto visual funciona siempre. El gato viene solo.

- Doctor, doctor...- Cheetara, casi al terminar la noche.- No pude evitar darme cuenta que me estuvo mirando durante toda la fiesta.
- Claro, soy un veterinario de la vieja escuela. Me gusta mirar muy bien a mis pacientes.
- ¿Y estoy bien?
- Si, estas “muy bien”.

Lo malo de los gatos es que no son mascotas muy sociales. Así como vienen, se van.

Lo bueno es que, esa noche en la casa de Mariana, había una habitación libre.

La chica disfrazada de Cheetara fue la número 5 en mi lista.